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Omar Alcántara Islas*

El apasionado discurso de María Luisa Alcalde en el Congreso, en su entrega del último informe presidencial de AMLO, me ha llevado a recordar el candor de la maestra Rosaura –encarnada por María Félix en Río escondido (1947)– cuando el presidente en persona, en Palacio Nacional, le encarga educar a los niños en el lugar de Coahuila que da nombre al filme. No se dice aquí que la Secretaria de Gobernación sea candorosa, en absoluto; al contrario, siendo tan joven parece ya bastante ducha en los embates políticos, ni pestañeó cuando la oposición quiso callarla; sino que, después de todo lo que aconteció en México en la segunda mitad del siglo XX, aquellas ilusiones juaristas de la valiente Rosaura parecerían solo un recuerdo triste de esperanza transformadora.

Sin duda, estamos viviendo tiempos inéditos en nuestro país y mucha de la polarización pasa por los excesos de los malos vaticinios de unos y los grandes sueños políticos de los otros. En cualquier caso, sin el idealismo y la pasión de Rosaura o de María Luisa Alcalde no hay vocación, ni política ni de ninguna otra especie. Eso merece conservarse en las turbulencias de los acontecimientos, a la par del distanciamiento de la realidad que nos permiten las películas, no solo porque en estas se pueden identificar con claridad a los malos –tal es Don Regino (un estupendo Carlos López Moctezuma) en el filme comentado– y a los justos, sino que siguen siendo un espejo donde podemos seguir evaluando nuestros sueños y derrotas como sociedad (y también en lo individual).

Incluso, vale la pena preguntarse, en el mes nacionalista que vivimos, si no es factible sumar el nombre de artistas como María Félix, Emilio Fernández o Gabriel Figueroa a la lista de los héroes que nos dieron patria, en un momento donde ya se habían serenado los ánimos revolucionarios y comenzaba un período artístico que nos definió, como pocos otros, en nuestra historia. O ir más allá y pensar en lo conveniente que sería que esta etapa del cine mexicano, a la que se llamó «época de oro», sea rebautizada como «la edad de plata».

De «plata», porque México, a pesar de los saqueos virreinales no agotó este recurso y sigue siendo el principal productor de este elemento en el mundo. Esto no quiere decir que los demás metales no valgan, valen, pero aquí la tierra nos regaló la plata. Es solo una propuesta, desde la idea de que esto nos ayudaría a repensar y a revalorar nuestro cine. No se quiere imponer nada, sino que es adecuado porque también las mejores fotografías de Gabriel Figueroa están hechas con plata –literalmente, nitrato de plata e imágenes que parecen plásticamente esculpidas con este material–.

De otro modo, parecería que ese período y sus hacedores permanecen ligados a los dominios de una empresa que al día de hoy sigue promoviendo el trabajo decadente de Cantinflas en vez de las grandes obras de sus primeros tiempos, los mismos que hicieron creer a sus públicos que sólo un par de comedias rancheras o dramas urbanos de la miseria constituían nuestra riqueza cinematográfica. De este modo, nos reapropiamos de los conceptos, frente a la censura, el clasismo, racismo y las limitaciones de empresas audiovisuales que aún gozan de amplia popularidad y poder en México.

La edad de plata, entonces, podría moverse de Allá en el rancho grande de 1936 para considerar su comienzo en 1933, con la trilogía de Fernando de Fuentes sobre la Revolución mexicana: El prisionero 13, El compadre Mendoza y ¡Vámonos con Pancho Villa! Al hacerlo así, ya no hablamos de una sola película sino de una obra excepcional, además de que en esta etapa de nuestra historia también es fructífero revalorar la lucha política y pacífica frente a las iniquidades y perversiones que se dan durante la guerra.

 

En cuanto a Río escondido, son otros también sus valores, pero que cada quien saque sus conclusiones. En esta película, por cierto, Emilio Fernández no aparece en los créditos como «el indio». Seguro que para él era un orgullo el adjetivo, pero a estas alturas de la historia seguir llamando «indios» a los mexicanos es también seguir perpetuando la ignorancia de los colonizadores del pasado y del futuro. Los indios están en la India y han llegado a ser la población más numerosa del planeta (y también saben hacer cine), por lo cual no necesitan la asistencia étnica de los americanos. Es un buen momento para llamarnos de otras formas a nosotros mismos y a nuestra realidad.

(La película Río escondido se puede ver en copias de calidad actualmente en YouTube).

*Profesor de literatura