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Para bien o para mal, después de los padres y la familia cercana, nadie influye tanto en una persona como sus profesores que, en general, ostentan con orgullo ejercer una de las profesiones más nobles que ha conocido el hombre.

Los maestros tienen el poder de abrir caminos, de fascinar a los niños, jóvenes y adultos y mostrarles veredas de desarrollo que antes no podían ver. Son genuinos forjadores de la comunidad que trasmiten conocimientos, cultura y ciencia.

Hoy en el Día del Maestro, queremos saludar con mucho respeto a todos ellos: los profesores con vocación genuina, que asumen con pasión su papel en las aulas y que se saben responsables del desarrollo intelectual de sus alumnos.

Pero también debemos reconocer que no siempre son tan buenos, ni tan abnegados. Algunos abusan de su autoridad y de sus prerrogativas, dejando de lado el respeto que le deben a aquellos que están bajo su atención y guía, que ven al magisterio como un mero trabajo burocrático y, lo peor, como una excusa para descargar sus agravios personales y para extraviar en sus propios rincones oscuros a quienes tuvieron la mala suerte de toparse con ellos.

Afortunadamente no son la mayoría, y ya hay algunos de ellos en la cárcel.

Hay profesiones que requieren el apoyo de todos nosotros -hace poco hablábamos de las enfermeras, por ejemplo- por el vital papel que cumplen en la comunidad, pero quizá ninguno sea tan importante como el de los profesores y, entre ellos, los de educación básica que tienen la obligación de orientar a los niños y ofrecerles un ejemplo de bien. Por eso también deberíamos supervisar detenidamente su desempeño y es por eso que, también, las instituciones que los colocan en las escuelas y los organizan, deberían asumir su trabajo de una manera íntegra y transparente.

El magisterio mismo debería vigilar que se cumplan las expectativas que las comunidades y los grupos escolares tienen depositadas en el profesorado de cada escuela que debería ser, invariablemente, ejemplar.

Vale la pena recordar a John Ruskin: “educar a un joven no es hacerle aprender algo que no sabía, sino hacer de él alguien que no existía”, que, en nuestro caso, se complementa con lo que opinaba Ralph W. Emerson: “el secreto de la educación está en el respeto al discípulo”.

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