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Kobe

ANDRÉS URIBE CARVAJAL 

Kobe es por mucho mi ciudad favorita en Japón, mientras para muchos es el punto de partida para Osaka o Kioto, para mí es un pequeño oasis.

No me interesa la frialdad de las capitales, y sus rascacielos, o el camino de hormigas en Shibuya, que no es otra cosa más ridícula que una apología a los anuncios de neón. No, yo prefiero quedarme en Kobe, esparcido entre la tranquilidad de sus callejones, la paz de su montaña que vigila a sus habitantes, y el buen clima que acaba por orquestar un día tranquilo típico de las pequeñas ciudades. 

Me gusta esa paz con la que camino en ellas, quizá porque mis pies se han envuelto por años en lugares así, donde a menudo sus pasos convergen en el mismo restaurant, el mismo café, el mismo bar. Uno elige esas capillas personales porque sabe que al abrir sus puertas encontrará del otro lado, al mismo andamio de personas, que no son otra cosa que un soporte de nuestra realidad y vida personal. Saludar con familiaridad a alguien nos vuelve visibles, nos da un nombre. Existimos en una comunidad porque vivimos gracias a la acción de los buenos días con perfectos extraños, que poco a poco se vuelen nuestros, y nosotros suyos.

Un buen día mi abuelo me vino a aconsejar: Prepara desde joven un par de lugares donde comer toda la vida, una biblioteca donde leer de viejo, y un médico que te ayude a salir si tu última enfermedad resulta demasiado complicada: demasiado larga, o demasiado aburrida.

A mi manera he mantenido así mis lugares, mis cafés y mis restaurantes.

Pensé que podría hacer el mismo intento en Kobe aunque fuera por unos días, vamos que el lugar pintaba para ello. Elegí algunos sitios y volví consecutivamente a cuatro lugares en específico: Un lugar para el alma, otro para el estomago, otro para leer, y uno para beber, algo en mí necesitaba crear intimidad con esa pequeña ciudad.

#1 Santuario Ikuta

Lo primero que hice fue andar hasta el centro en Sannomiya y visitar el santuario de Ikuta la deidad guardiana de Kobe, es un lugar increíblemente espacioso y arbolado.

Se dice que se viene a orar aquí por la vitalidad (Ikuta proviene de la palabra akuta que significa lleno de vitalidad) aunque mucha gente también viene aquí a pedir por el matrimonio ya que también se nombra como el santuario del amor.

Hace unas semanas intervinieron a un familiar mío, aproveche a orar por su vitalidad, y su salud. Tomaba unos minutos, no me quitaba nada y me hizo sentir realmente en paz.

#2 Ramen taro

Decidí comer aquí porque es el único lugar en el que encontré un ramen de tomate (algo no muy común), dulce pero a la vez picante, el precio era razonable: 1000 yenes, incluía tres gyozas, y kimchi.

Acompañé la comida con una cerveza clara Kirin para balancear los sabores del caldo, su consistencia era espesa y de buen cuerpo, tenía lonjas de cerdo, huevo, alga y cebollín. Los fideos eran de tamaño mediano y cocción suave, una delicia. Volví a Taro cada oportunidad que tuve.

#3 Starbucks Kitano- cho.

Para ese entonces mi espíritu y mi estómago estaban en calma, ahora habría que buscar un café y un buen bar. Empecé a andar cerca de la montaña hasta el distrito de Kitano- cho, en esta zona residían los antiguos comerciantes y diplomáticos extranjeros, así que la mayoría de las fachadas de las casas tienen estética europea. Lo mismo sucede en el Starbucks que se encuentra por la zona. Aunque no soy fanático de su café tengo que decir que la locación era increíble, una vieja mansión europea a un costado de la montaña de Kobe en Japón que me dio un buen par de horas de lectura.

Ahora había que buscar un buen whisky japonés.

#4 5f bar, y Ouchisankakkei

Después de una caminata ligera acabé dando con un cartel pequeño en la entrada de un edificio, tenía la imagen de una guitarra y apuntaba al piso número 5, tomé el elevador y subí movido por una intuición ajena. 

Al abrir la puerta me encontré una pequeña barra, muchos instrumentos que parecían abiertos al público, y cinco japoneses bebiendo cerveza y whisky. Al principio pareció resultarles un poco extraño que hubiese un extranjero ahí parado, pero fue sólo cuestión de segundos, amablemente me cedieron un lugar en la barra, y al poco tiempo me sirvieron un whisky japonés muy bueno, no recuerdo el nombre, pero se pasaba muy ligero y tenía un gran aroma. El dueño interpretó música de Bob Dylan, y luego me invitó a tocar con él, estuve un rato así, platicando y sintiéndome parte de esa pequeña familia musical hasta que vi por las ventanas cómo las luces de la noche empezaban a encenderse. Tuve que buscar algo más.

Dí con Ouchisankakkei quizá uno de los mejores bares que he visitado, era muy pequeño e íntimo, contaba con sólo una barra, el encargado era muy amable y vestía de manera muy elegante, me ofreció un Whisky escocés Chivas Regal. Era increíble y más suave que el japonés. 

Acabé platicando con una mujer de unos 38 años llamada Hukiko, nos hicimos grandes amigos, y juramos volver a vernos en algún punto.

Regresé rigurosamente cuatro veces más a los mismos lugares. El santuario, el ramen taro y las gyozas, la mansión en Kitano y el 5f bar y los amigos con quienes compartí más música. 

Afuera, mientras el mundo se escapaba, yo construí el mío en esa ciudad pequeña. Fui por un momento un habitante suyo, protegido por su montaña y encontré ese sosiego que no existe fuera de lo íntimo, de lo que llamamos nuestro. 

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