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Primera parte

 

La pintura en la pared* es un mural de 343 páginas, donde el escritor y periodista mexicano Luis Hernández Navarro abre una ventana para asomarnos a la historia, azarosa y a contracorriente, de las escuelas normales y los normalistas rurales. El título de este libro es también una evocación de esa memoria histórica que se ha manifestado en las paredes de México. No es casual que el primer mural de Diego Rivera, La Creación, haya sido pintado en marzo de 1922 y marque el inicio del muralismo, dos meses antes de que naciera la primera normal rural en Tacámbaro, Michoacán, el 22 de mayo, cuando José Vasconcelos era responsable de la Secretaría de Educación Pública (SEP), creada un año antes.

Pero este inmenso mural tiene también un eje donde palpita uno de los hechos más amargos y dolorosos de la historia reciente de nuestro país: la desaparición de los estudiantes de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos, de Ayotzinapa, Guerrero. Dice Luis Hernández Navarro: “Este libro nace de la rabia, del coraje y de la indignación que me ha provocado todo lo que se ha dicho después de la noche de Iguala, es una respuesta a la mentira”.

En la búsqueda de cómo se fraguó La pintura en la pared, conversé con su autor:

  • Luis ¿cuál es la profundidad de esta respuesta a la mentira?

Bueno, han pasado diez años de esa tragedia y vemos como este crimen de Estado no se esclarece y como se siguen diciendo cualquier cantidad de mentiras sobre lo sucedido en ese momento, sobre los estudiantes, los padres, los abogados que los acompañan y defienden.

  • Las normales rurales están en la médula de cómo se ha construido este país, en lo educativo, en lo social, en lo político, en lo económico y en lo cultural. Sin embargo, toda esta construcción social y educativa ha estado marcada por la violencia, el hostigamiento, la persecución, la estigmatización, ¿cómo se explica esto?

Primero, un ejemplo del estado de Morelos. Una de las últimas normales rurales que se fundaron en nuestro país a principios de la década de los setentas es la de Amilcingo, en el municipio de Temoac, una normal rural básicamente de mujeres, que ha tenido que dar importantísimas luchas para mantenerse. Fue fundada a partir de un gran movimiento encabezado por un personaje singular, Vinh Flores, un dirigente campesino que fue fundamental en la creación del municipio de Temoac y en su reconocimiento, y que finalmente fue vilmente asesinado, como años después sería asesinado su sobrino, Samir Flores, sin que hasta la fecha haya justicia. Bueno, esta historia de lucha es compartida por muchas otras normales rurales del país. Desde que en 1922 nació la primera de ellas, en Tacámbaro, Michoacán, fue atacada por el obispo del lugar, que la declaró “escuela del diablo”, amenazando con excomulgar a los padres que manden a sus hijos a esa escuela. Después, esa persecución vendría del mismo Estado mexicano, y se les acusa de ser “guaridas de comunistas”, “nidos de guerrilleros”, “centros de vándalos”. Hay toda esta tradición porque estas escuelas conjugan lo que son las dos grandes demandas de la Revolución Mexicana: la lucha por la tierra, que se materializa en el artículo 27 constitucional, y la lucha por una educación pública gratuita, laica y obligatoria. Estas escuelas son creación de lo que fue la Escuela Rural Mexicana, una de las grandes epopeyas pedagógicas, no solamente de México sino de Latinoamérica y del mundo entero, olvidada hoy en día, a pesar de lo que se diga no han sido recuperadas sus grandes experiencias, y fueron creadas en mucho como resultado de la lucha de los campesinos, y los muchachos que estudian en estas escuelas son básicamente hijos de campesinos o de gente pobre. Las normales rurales son escuelas de pobres para pobres.

  • ¿Cuál es la importancia de estas normales rurales? ¿Qué le han dado al país?

¡Újule! Cuando el general Cárdenas ya no era presidente, pero todavía puebleaba y visitaba las comunidades para ver cuáles eran sus problemas, en la mixteca oaxaqueña lo abordaron un grupo de indígenas y le dijeron: “Tata, necesitamos que nos mandes un maestro”. El burócrata que iba por parte de la SEP argumentó que ya les habían mandado a uno. Los indígenas se le quedaron viendo con miradas fulminantes y dijeron: “Tuvimos, pero no aguantó y se fue. Queremos un maestro que sea como nosotros, que coma tortilla con chile, que beba pozole, que duerma en petate, eso es lo que necesitamos”. Bueno, ¿dónde se forman esos maestros? Pues esos maestros se han formado, a lo largo de casi un siglo, en estas normales rurales, y han ido a los rincones más remotos de nuestro país no solamente a enseñar a leer y a escribir, sino también cosas tan elementales como la higiene, los primeros auxilios, cuestiones de arte y deporte. En esas escuelas se han formado grandes personajes de la historia social y política de nuestro país. Han sido pisos que le permitieron a los jóvenes de extracción humilde tener un lugar para seguir otro tipo de estudios, de tal manera que de allí han salido médicos que han sido grandes galenos, biólogos, ingenieros agrónomos, que fueron en un primer momento normalistas rurales y que gracias a esas escuelas tuvieron esa movilidad social, y no estoy exagerando: la historia de nuestro país, desde abajo, no puede contarse al margen de lo que han hecho estas escuelas formadoras de docentes.

*La pintura en la pared – Luis Hernández Navarro

Fondo de Cultura Económica, Colección popular, 2023 / Imagen cortesía del autor