No. Categóricamente lo afirmo. Sin embargo, hay mucho qué decir sobre ese popular dicho que nos confronta a las mujeres como las más acérrimas enemigas. Para empezar, hay que reconocer que las mujeres nos vamos formando, educando, socializando e interiorizando con pautas de la cultura que, en el caso de la sociedad mexicana, son sobre todo machistas. Será que apenas hace poco más de una década se ha comenzado a replantear el asunto de las maternidades y paternidades; de educar sin violencia física o castigos, de buscar otros modos de formar a las nuevas generaciones de maneras menos violentas y nocivas. Pero no es el común denominador. En la sociedad mexicana todavía vivimos con grandes dosis de machismo, propinado por hombres y mujeres también.
Este reconocimiento nos conecta con una idea muy importante que he mencionado en otros textos y foros: la sociedad en México es parte de un sistema social de carácter patriarcal, de donde subyace que el tipo de masculinidad ejercida por varones sea de carácter hegemónico y la asignación para las mujeres sea, en todo caso, de lugares de subordinación en todas, o casi todas, las áreas de la vida. Si bien desde hace tiempo hemos tenido avances sustanciales en la inmersión de las mujeres en la esfera pública (profesional, laboral, política), hoy estamos en una etapa en donde se hace necesario hacer consciente que el “ser mujer”, e incluirnos en cada vez más espacios, no alcanza para hacer una sociedad más incluyente y justa: es necesario comenzar el camino hacia la deconstrucción de ideas con las que fuimos socializadas.
Desde luego se trata de un camino sumamente difícil pues, ¿qué otras formas de relacionarnos conocemos? Este es otro gran problema que la filosofía feminista ha abordado de manera insistente. ¿Es necesario conformar otro mundo, otros valores radicalmente distintos de aquellos que nos endilgaron a las mujeres desde el nacimiento?, ¿reconocernos como otros entes que no estamos hechos a la medida de un mundo confeccionado para ventaja de un género? (se trata de una corriente ampliamente trabajada bajo la denominación del feminismo de la diferencia); o bien, ¿pedimos igualdad, que el piso sea parejo para hombres y para mujeres en los temas de derecho, acceso a bienes, vida pública, sobre parámetros y formas de vida ya establecidas? (desde aquí los prominentes trabajos realizados desde el feminismo de la igualdad, que busca la reformulación de un contrato social más equitativo entre hombres y mujeres).
Los caminos del feminismo nos han llevado hoy hacia un sendero que es necesario transitar: el de cuestionarnos a nosotras mismas las violencias que propinamos a otras mujeres; el pensar de manera constante qué del sistema de creencias es el que brota con cada agresión entre compañeras. Como sostiene Marcela Lagarde, esta lucha entre mujeres, cada competencia pugnaz entre nosotras por la búsqueda del reconocimiento y aprobación de la mirada masculina es un triunfo del patriarcado. Por ello es que en diversos lugares reitero que las subjetividades machistas las ejercemos las personas en general, hombres y mujeres, siempre en detrimento de estas últimas.
De igual manera, hace algún tiempo en una charla con una especialista en psicoanálisis ella me señalaba la urgencia de revisar conceptos como la sororidad (solidaridad o fraternidad entre mujeres), pues, sostenía: la sororidad de igual modo es un principio importante para tejer relaciones. Y si no hay reciprocidad de principios y valores en cualquier relación esta se torna abusiva.
De modo que la invitación desde el feminismo está abierta para revisarnos, cuestionarnos, hombres y mujeres, acerca de aquellas prácticas y microviolencias que seguimos sosteniendo pero que siempre van en detrimento de las mujeres; y que, poco a poco, van minando una enorme posibilidad de construcción de relaciones para una subjetividad más incluyente, armoniosa y de vínculos efectivos y duraderos, pues estos sí, definitivamente, podrían ayudar a la transformación social.
*Red Mexicana de Mujeres Filósofas