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Ahora que han iniciado las campañas de los candidatos a ministros, magistrados y jueces, bajo el marco de la cuestionada reforma judicial, podemos constatar lo que especialistas en derecho, académicos investigadores, juristas y periodistas han advertido: la reforma judicial nació mal y el proceso de elección está mal y, por consecuencia los resultados estarán mal, porque arrastran vicios de origen.

A continuación, les describo lo que he percibido, de viva voz, de algunos contendientes a los cargos que se elegirán el primero de junio del año en curso. Por respeto a ellos no diré sus nombres y no cuestiono su trayectoria académica ni experiencia profesional, me concreto a señalar su proceder para atraer votos o captar la atención de los posibles electores.

Un hijo de un amigo aspirante a juez de circuito me abordó pidiéndome incluya su propaganda en mis redes sociales y sabedor de mi trayectoria periodística me pidió incluyera su nombre en mis notas y comentarios. Lo noté angustiado porque no tiene experiencia política y está dispuesto hacer lo necesario para ganar la elección. Otro amigo, sin ningún escrúpulo, me pidió mi voto y el de mis amigos y a cambio de ganar, pues ya sabía que contaría con él en asunto de materia familiar y civil porque el sería juez especializado en la materia.

En un evento me encontré con una excompañera universitaria y anda más interesada promocionando a su hijo para ser juez federal que su propio hijo. Entiendo que es una gran oportunidad, pero me pregunto si realmente tiene la experiencia para ocupar tal cargo. Un amigo entrañable me invitó a un acto con 60 personas para que escuchar a una candidata a ministra, ojalá y gane la elección porque es una mujer con una trayectoria impecable y experiencia sólida, y me percaté que, si no tiene el respaldo de un grupo corporativo, difícilmente resultara electa.

Nos han hecho creer que la reforma judicial acabará con la corrupción y será democrática, por lo que observo coincido con la postura de Pedro Salazar, “la reforma judicial será el fin de la democracia constitucional, desaparecerá la independencia judicial y se perderá el control de constitucionalidad sobre las leyes”. En síntesis, no acabará con la corrupción ni será democrática y, dará santa sepultura al tan anhelado Estado de Derecho constitucional.

 

Antonio Ponciano Díaz