

En nuestro país la tortura como fenómeno delictivo ha cambiado radicalmente en los últimos cuarenta años. Durante este periodo sus límites se ampliaron hasta formas que, a pesar de ser violentas y sanguinarias, pasan desapercibidas para nuestros ordenamientos jurídicos y como tales permanecen impunes bajo el resguardo de las estadísticas y de las acciones que las instituciones encargadas de nuestra seguridad articulan para frenarlas, teniendo como punto de partida un concepto reductivo del fenómeno de la tortura.

Las transformaciones de la tortura son evidentes a partir de la declaración de la llamada Guerra contra el narco, la estrategia de seguridad pública establecida durante el sexenio de Felipe Calderón, estrategia que tuvo consecuencias desastrosas de acuerdo a los datos que señalan un baño de sangre a lo largo y ancho del país, específicamente del narcotráfico en el norte del país que, para ese momento, ya presentaba rasgos de un fenómeno de escala estructural.
En ese contexto de confrontación y violencia desbordada se conjugaron los elementos necesarios para llevar la tortura hasta las calles y convertir una práctica que, hasta ese momento, estuvo reservada para eventos específicos: acontecimientos asociados con las prácticas de las autoridades de un régimen priísta autoritario que perseguía a sus detractores de manera abierta primero y, posteriormente, de una manera más apegada a las prácticas de los grupos paramilitares y las inteligencias policiales que incansablemente buscaban la verdad a costa de los derechos de ciudadanos e inculpados, incluso, a costa de su integridad física y de su vida.
En México sabemos mucho respecto de las prácticas utilizadas por el priísmo en sus años más acervos, desde la ignominia del año 68 en la matanza de Tlatelolco, pasando por el arresto de la periodista Lidia Cacho en Puebla, hasta el caso más reciente de los cuarenta y tres estudiantes de Ayotzinapa, jóvenes normalistas asesinados y desparecidos durante el sexenio de Enrique Peña Nieto y el regreso del PRI al poder. En los tres eventos y sus secuelas encontramos el registro de la tortura con diversas modalidades y con una intensidad distinta: se trata de la tortura en su versión tradicional, es decir, una práctica realizada por servidores públicos atentando en contra de la integridad física o psicológica de los ciudadanos.
Efectivamente, ante los cambios políticos y sociales la tortura también se ha transformado, las cortantes formas que la distinguieron durante toda la historia de occidente parecen actualizarse en nuestro territorio de una manera intensificada, sin regla, ni comparación; en nuestro entorno los perfiles de la violencia se apropian del espacio público y se ajustan a nuevos actores que desde el ámbito de lo privado y más allá de cualquier nombramiento o encargo público, ejercen el poder de la tortura.

Ahora vemos aparecer las formas de una tortura que se suscita entre particulares, con las características de una práctica que se presenta en México, un fenómeno que ya se manifiesta de una manera tan arraigada que parece alcanzar el rango de lo normal, es decir, una especie de conducta natural que tiene la fuerza para presentarse por todas partes: en películas y series de televisión, en las noticias y en los videojuegos, en canciones e, incluso, la violencia aparece en las caricaturas que observan nuestros niños.
Tanto el Protocolo de Estambul, como la Convención contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes, así como el Código Penal Federal mexicano, adolecen del mismo reduccionismo en cuanto al tratamiento de la tortura, pues se limitan a un cierto tipo de tortura que involucra a servidores públicos en el contexto de una detención y el interrogatorio. Por el contrario, la tortura se ha arraigado en la vida cotidiana y los particulares también torturan y su conducta queda impune, minimizada o irreconocible.
De tal forma, ni en el ámbito nacional, ni en el internacional, encontramos los elementos necesarios para configurar una práctica delictiva que se suscita de manera habitual en nuestro país, y que cada vez se presenta con mayor frecuencia, hasta consolidarse como parte de nuestra cultura: la tortura entre particulares.
Nahuatlato, Profesor de Tiempo Completo en el Colegio de Morelos.

Hombre atormentado de Miguel Condé.
