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El despertar de la autosuficiencia

Por Andrea Álvarez Sánchez 

Atrapasueños estaba deprimido porque los habitantes de la casa lo habían olvidado. En la mudanza se llevaron todo, menos algunos triques viejos, entre ellos, él. No podía creer que lo hubieran abandonado. Pero todavía no quería perder la esperanza, imaginaba que regresarían por él. Se negaba a aceptar su realidad: estaba solo desde hacía mucho tiempo.

Sin sueños que atrapar su vida no tenía sentido. Aburrido, pensó en sus orígenes:

«Soy un atrapasueños, estoy hecho de piel, madera de sauce, hilo, piedras y plumas. Soy un instrumento de la medicina chamánica, mi misión es tomar los sueños buenos en mis hilos y filtrar los malos para que se disuelvan en el vacío del gran misterio. Mis ancestros provienen de tribus indias del norte de América. Aunque en esencia soy un verdadero atrapasueños, me fabricaron y vendieron como un mero adorno, un simple souvenir que se olvida en cualquier cuarto. Así llegué a esta casa y a este penoso olvido». 

El amor propio de Atrapasueños se comenzó a derrumbar. En sus buenos tiempos atrapaba sueños de una familia: desde dulces sueños hasta pesadillas pavorosas del padre, la madre, los niños y el bebé. Se sentía orgulloso de su labor. 

Estaba desesperado y desfalleciendo, se encontraba en una situación límite: a la deriva, en una casa vacía. Incluso el viejo reloj había cesado de marcar la hora. Aunque sobrevivió de pequeños sueños de moscas y cucarachas, ahora ya ni eso había. Sólo polvo, pero el polvo no sueña, ¿o sí?

Una noche de tormenta el viento sopló tan fuerte que rompió un ventanal; tumbó varios objetos y sacudió al atrapasueños, incluso que tiró una pluma. 

«Algo está sucediendo», pensó. Entró silenciosamente un gato por la ventana rota; sigiloso deambuló lento por aquí y por allá y al fin se acostó debajo de él. 

Atrapasueños estaba entusiasmado, quieto como piedra, rezó para que el gato se quedara dormido. El felino se acurrucó y concilió lentamente el sueño. Para su regocijo, atrapó un hermoso sueño gatuno.

Por el vidrio horadado fueron entrando diversos animales que se instalaron en la casa: un cerdo, unas moscas, una jirafa, un cocodrilo y hasta un elefante. 

Atrapasueños estaba eufórico y no se daba abasto con tantos sueños por depurar. Volvió a ser estrella y mar; fantasma y luz; árbol y reloj; arcoíris y nota musical, y cualquier imagen que sólo en los sueños existe.

¡De pronto un estruendo lo despertó! Atrapasueños miró a su alrededor. No había vidrio roto, ni gato, ni moscas, ni cerdo, ni jirafa, ni cocodrilo, ni elefante. Él seguía lleno de polvo, todo estaba igual, inamovible.

«¿Qué habrá pasado?», se preguntó. Después de meditarlo, entendió que se había quedado dormido y todo había sido un sueño propio.

«Un atrapasueños jamás duerme»; lo aprendió desde pequeño. ¡Qué hubieran dicho su madre o sus maestros! que lo educaron para estar siempre despierto y atento para atrapar sueños: «No dejes que se te vaya un sueño nunca. Si quieres tener éxito, no te duermas jamás», le decían. 

Nunca imaginó dormir y soñar… un nuevo paradigma aparecía frente a él. Ahora Atrapasueños podía capturar sus propios sueños, podía alimentarse de sí mismo, volverse autosuficiente. Ya no necesitaba de nadie para sobrevivir. Aunque siempre estaría feliz atrapando algún sueño ajeno en su red.

*Cuento del libro Fábulas cósicas. Juan Pablos Editor/Libera. 2021.

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