Evelina Gil y cómo triturar el silencio
Pensemos Las calladas del Boom, el más reciente libro de la escritora sonorense Evelina Gil, como una galería de sueños que se cumplen y de silencios que se rompen. La joven estudiante de letras quien, con veinte años comenzó a imaginar esta obra, llega puntual a la cita y muy a la altura de nuestra historia, con la entrega de un trabajo cuyo análisis de la vida y obra de veinte escritoras latinoamericanas silenciadas consigue un aporte esperadísimo en la escena de los estudios literarios. La autora de hoy, con trayectoria más que solvente, becaria del Sistema Nacional de Creadores de Arte (2021-2024), conversa, polemiza, defiende, pero sobre todo desentierra la importancia de la obra de las escritoras que más nos han marcado a pesar de los silencios impuestos.
En esa frase, “a pesar”, se juega el brillo de este volumen que sobresale por la pluma amena, hechizante y precisa de Gil, pues nos retrata a una Dulce María Loynaz no sólo como una viejecita instalada en una mecedora, sino como el portento de poeta que fue además de ganadora del Premio Cervantes a los noventa años. Esos giros, esa reescritura de los perfiles de las grandes que conforman el Boom inclusivo que se propone en estas páginas, es uno de sus aciertos más disfrutables.
Reescribir, en efecto, apostar por la construcción de una genealogía que se opone a la patriarcal donde se pensaba que, durante los años de más esplendor del Boom latinoamericano, las mujeres que escribían eran pocas y lo hacían muy mal. Al menos eso pensaban los académicos en las facultades, según denuncia Evelina Gil. Agregaría, como Luna Miguel, que no sólo la literatura se pensaba como una cantina a la que las mujeres tenían la entrada prohibida como los perros u otros animales, sino como un burdel donde ellas son quienes se prostituyen y además no reciben nada de los abusivos autores que se sirven de su cuerpo textual, de sus influencias tal y como hicieron los filósofos de la ilustración con Las salonnières, anfitrionas cultísimas de los salones parisinos que terminaron prestándole dinero para la creación de la Enciclopedia a Diderot y quien nunca pagó como era debido. Pregúntele al fantasma de Madame de Geoffrin.
Eso lo demuestra la investigación de Las calladas del Boom ya que la influencia de María Luisa Bombal en el surgimiento del realismo mágico resulta fun-dan-te. Así, con guiones cortos el adjetivo, ya que es fácil demostrar que ni Juan Rulfo ni Gabriel García Márquez habrían escrito Pedro Páramo o Cien años de soledad sin la gracia o la luz espectral de la obra de la impresionante narradora chilena. Otros vasos comunicantes son estudiados en este libro donde el balance entre las citas textuales, las anécdotas de las protagonistas y la opinión de la autora, logra una mezcla que se diluye sola como ocurre con la buena escritura ensayística, la que encanta y enseña; la que muestra rasgos de la personalidad de las autoras sin juzgarlas, endiosarlas ni pordebajearlas. Todo lo contrario: con objetividad de académica, pero con sueño de narradora, Evelina Gil traza un fresco inédito sobre las paredes de los monumentos de la cultura que no quieren que se pintarrajen, que se modifiquen o intervengan desde la razón y la justicia.
Esa es su forma de escrachar al tiempo que elabora su propio mapa de autoras. La lista no puede más acertada porque esos veinte nombres sí son los que revolucionaron nuestra literatura con la potencia resiliente y original de sus propuestas. Desde la princesa que termina con pasamontañas zapatista llamada Elena Poniatowska o reina roja de Tlatelolco, pasando por la esposa de un diplomático que resulta genial, Clarice Lispector; desde la partícula revoltosa de Elena Garro, rival de amores de Silvina Ocampo, hasta la suma emperatriz de los cronopios que sigue siendo, otra Premio Cervantes de Literatura, la uruguaya Cristina Peri Rossi.
En mi opinión, las omisiones a algunas autoras como María Luisa Puga, la boliviana María Virginia Estenssoro, Marosa di Giorgio o la mexicana Marcela del Río no resultan gravosas, sino una tentativa para la segunda parte de una obra que sigue siendo necesaria. No creo que el techo de cristal esté del todo roto. Hay muchas heridas y síndromes de impostoras de todo tipo que siguen silenciado a las mujeres artistas. Evelina Gil está al tanto de ello con la lucidez que ha guiado su literatura y su posicionamiento siempre crítico, en verdad feminista, que le confiere autoridad en la materia. Incansable, desde sus columnas periodísticas cuyo tema central son los libros escritos por mujeres, esta autora norteña ha sido un dolor de cabeza tanto para la crítica de antes, menos cuidadosa con el veneno misógino de sus palabras; como para la de ahora, nostálgica del acoso y el abuso, que debe revisar bien sus juicios antes de ser cancelada. Lo cual ahora, que el tiempo escribe un final justo de cuarta ola, convierte a Evelina Gil y a sus calladas del Boom en una protagonista importante de lo mucho, pero mucho, que hace falta saber sobre lo que nosotras sí nos atrevemos a contar y ellos no porque todavía no se atreven a traicionar sus propios pactos.
Por eso también celebro este libro, porque me muestra que Josefina Vicens era una mujer hombruna, que lo trans está vivo en la literatura mexicana desde más de cuarenta años con el talento existencial de una oficinista; porque el lamento fecundo de Rosario Castellanos y sus mujeres que saben latín nos abrió los ojos a tantas, tantas; porque la palabra o la vida de Luisa Valenzuela muestra cómo una autora de novelas históricas es comparable con la dimensión imaginativa de Mario Vargas Llosa; porque las amazonas de Marvel Moreno sí denuncian cómo los hombres de las costa de Colombia trataban de domar a las mujeres, a cinturonazos en la luna de miel; porque ni Aurora Venturini es como las otras ni Marta Traba se conformó con ser la esposa de…
Por todo eso, pero muchísimo más debe leerse Las calladas del Boom, porque de galería o catálogo de escritoras borradas pasa a ser un ensayo magistralmente organizado y un intento muy logrado de cómo se hackea la memoria feminicida que simbólicamente silencia nuestro arte, esto es, cómo debemos inventar altavoces y/o mapas sin violencias.
Alma Karla Sandoval
*Escritora