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José Ramón Corona Ojeda se reconocía en ese pensamiento que le atribuye a la lectura la posibilidad de vivir muchas vidas: “una persona que no lee sólo vive una vida, y la persona que lee mil libros vive mil vidas”. ¿Cuántas vidas, entonces, vivió José Ramón Corona? No lo sé y seguramente él tampoco lo sabía, porque todo gran lector ha perdido la cuenta de todos los libros que le ha sido dado leer en esta vida. Además, si a esta vocación por vivir muchas vidas le sumamos las muy diversas maneras que José Ramón tenía para leer el mundo, confirmaríamos que detrás de esa mirada suya, inquieta, curiosa, meditabunda, y no pocas veces retadora, habitaba una entrañable manifestación de hombre sabio, capaz de gozar la soledad de todo lector, pero también el infinito placer de la amistad y el compartir de interminables platicas.

Con demasiada frecuencia, la muerte llega y nos deja con ese lamento por haber postergado encuentros que ya nunca serán. El único antídoto para darle otro sentido a ese hecho implacable es la memoria y la certeza de que las mil y una vidas de José Ramón Corona seguirán recorriendo, incansablemente, las calles de Cuernavaca.

Como un homenaje a su memoria, comparto uno de los textos que José Ramón publicó en esa ya legendaria revista “El zapatista ilustrado”, que él y un grupo de amigos (Fernando Acosta, Óscar Menéndez, Guillermo A. Peimbert y Víctor Hugo Sánchez R.) hicieron posible:

Dibujo de Guillermo Monroy / Cortesía del autor

José Ramón Corona Ojeda / Foto: Cortesía del autor

Raúl Silva de la Mora