

VERIFICACIÓN
“Olga ¿cómo estás?” exclamó Sofía con tanto volumen vocal que los comensales de las mesas más próximas voltearon para saber quién era la referida Olga. “Qué gusto encontrarte aquí después de tantos años…” Olga apenas alcanzó a mirar a la mujer antes de que ésta la abrazara efusivamente. Luego de un minuto prolongado, dio unos tres o cuatro pasos atrás, esbozando una sonrisa hacía la mujer en señal de alegría por el reencuentro inesperado. “¿Hace cuántos años que no nos vemos?” se aventuró a preguntar Olga, rogándole a todos los dioses que la mujer mencionara una fecha aproximada, un lugar, un evento, alguien más con quien vincular un recuerdo que salve a Olga de su desmemoria temporal. Ahora le tocó a Sofía poner distancia de por medio. Su voz sonaba más dudosa.

“Te acuerdas de mi ¿verdad? Soy amiga de Pablo. Claro, Pablo, Pablo, Pablo, mmm, el chico encargado de…” contestó. Sofía soltó una carcajada que relajó un momento la tensión que estaba sintiendo Olga, un frío incontenible que se transformó en un leve temblor. “Ahora sí me hiciste reír Olga, Pablo en aquel entonces ya rebasaba el octavo piso, pero seguía sin quererse jubilar. Él decía que la jubilación es el mal de los jóvenes y que él pretendía llegar a soplar sus cien velas en el pastel. Bueno, por eso le dije chico porque su mente siempre fue juvenil”. “Eso es cierto”, accedió Sofía. “Ven, te voy a presentar a mi familia. ¿Por qué no te sientas con nosotros a tomar un postre?” No era una pregunta sino una invitación forzada a permanecer más tiempo en el restaurante. Olga se acomodó en la silla que uno de los familiares de Sofía le acercó. Sofía hizo una presentación amplia de su vida hasta el momento en el que quedaron de verse. Aproximadamente una década durante la cual Olga había renunciado a su puesto, vivido dos relaciones amorosas intensamente desiguales, vendido coche, casa y muebles para hospedarse en un hotel provisto de todas las amenidades y confort. La mujer sonreía a todos, se rio sin ganas de las bromas del tío Anselmo después de haber celebrado la comida familiar brindando con la copa de vino de la alegría, la de los recuerdos y las siguientes sin motivos especiales por destacar. Sofía procuró no sonrojarse y mejor mandar al tío incomodo de regreso a su casa por bien de los presentes. Olga, instalada en modo, no sé cómo retirarme diplomáticamente de un evento ajeno a ella en todo sentido, logró finalmente disculparse susurrando para irse al sanitario más próximo a su mesa. Ahí, se conectó a su red social para preguntar a unas conocidas si conocían a Sofía. La primera respuesta que recibió Olga resultó desalentadora porque la persona le pedía uno de sus apellidos. Aturdida por tan incongruente situación en la que no lograba acordarse de quién era, Olga, prosiguió su búsqueda gracias a una foto que había sacado a escondidas mientras saboreaba su helado de café. A ella ni siquiera le agradaba este sabor, pero Sofía había insistido tanto en pedírselo que había terminado por aceptarlo. ¡Yes! Olga casi gritó de gusto y al mismo tiempo de disgusto. Sofía, preocupada por la ausencia de su amiga llegó al baño vacío. “Volvió a huir, pero la encontraré”, pensó cerrando la ventana que Olga había dejado abierta.
Nota: Los sucesos y personajes retratados en esta historia son ficticios. Cualquier parecido con personas vivas o muertas, o con hechos actuales, del pasado o del futuro es coincidencia, o tal vez no tanto. Lo único cierto es que no existe manera de saberlo y que además no tiene la menor importancia. Creer o no creer es responsabilidad de los lectores.
*Escritora, guionista y académica de la UAEM
