

Busquedad
La aventura se encuentra en la esquina de la casa o en otro continente, basta con tener abiertos los sentidos, dispuestos a devorar la vida con pasión tal la manzana de Blanca nieves, restando el veneno inyectado por su madrastra, o la de Eva que nos llevó al pecado sin final. La lista de las manzanas históricas es larga, incluso aquellas mordidas. No se refiere ni a su procedencia ni a su destino culinario final, que ojalá sea una tarta de manzana hecha por un ser muy querido porque contendrá amor entre los ingredientes invisibles de su receta personal. Eva se llama la protagonista de esta historia desvinculada de cierto Adam quien cruzó su camino. Eva buscaba encontrar al amor. En su recorrido de vida, ya había conocido varios pretendientes con los que había pasado años con buenos y malos momentos, mismos que no resultan prescindibles de recordar, pero tampoco de borrar en modo presente. Eva se inscribió a clases de flamenco, de cocina hindú, de literatura escandinava y de cine asiático para ampliar su repertorio de cultura general sin menoscabo de otras actividades manuales y deportivas. Conoció en Tinder a Gustavo, un hombre casado que la llenó de atenciones y regalos en los escasos meses que mantuvieron una relación que calificaba de amorosa, según los parámetros de la encuesta que Eva llenó en línea para cerciorarse de su compromiso sentimental. Más adelante, entró por efracción a su vida Salvador, un empresario ambicioso, coleccionista de obras de arte y de mujeres de todas las edades. Eva no supo nunca en que número de la lista de sus amantes se encontraba ella, así que desistió al poco tiempo por incertidumbre tan prolongada como innecesaria. Cuando conoció a Sandro en un restaurante donde acostumbraba comer en sus domingos solitarios, Eva pensó que había conocido a un hombre fuera de serie. Así fue durante las primeras semanas: atento, sonriente y dulce hasta que su voz se tornó dura y despectiva, empezando a criticar cualquier aspecto de la vida de Eva: ¿por qué vistes siempre de pantalón y no de falda o vestido? ¿por qué no me acompañas a mis viajes de turismo con mis amistades? Eva cambió entonces de restaurante y de novio. Buscó más aventuras efímeras, sin sabores ni emociones, hombres de día o de noche, a la semana o a la quincena. No le importaba ya encontrar aquel hombre que visitaba sus sueños desde adolescente. Experimentaba una extraña sensación cada vez que soñaba con aquel desconocido de pelo castaño y voz melodiosa. No le hablaba, sino que la miraba intensamente y la abrazaba con fuerza. A veces, Eva despertaba y volteaba a sus lados. Fue otro sueño, concluía antes de regresar a su cama después de haber dado vueltas por su cuarto alumbrado por la luz lunar y algunas estrellas que se dejaban ver entre las ramas de la buganvilia. Ella se asomaba por la ventana a escuchar la noche y sus sonidos estelares. Escrutaba la calle para ver a los gatos persiguiendo a los perros o bien la situación inversa que era más común. Una mañana, salió a caminar cuando el sol apenas asomaba los primeros rayos. Decidió ir a desayunar unos tamales verdes con un jugo recién exprimido de mandarina. Un comensal se acercó a ella. Eva hubiera jurado que el hombre le estaba ofreciendo una manzana roja apetitosa pero enseguida recapacitó. Eduardo se sentó junto a ella e inició una conversación con ella que a la fecha no ha terminado.

Nota: Los sucesos y personajes retratados en esta historia son ficticios. Cualquier parecido con personas vivas o muertas, o con hechos actuales, del pasado o del futuro es coincidencia, o tal vez no tanto. Lo único cierto es que no existe manera de saberlo y que además no tiene la menor importancia. Creer o no creer es responsabilidad de los lectores.
*Escritora, guionista y académica de la UAEM
