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Diálogo

 

Los minutos dan la vuelta al reloj analógico de la pared al compás incesante de los segundos mecánicos. Gregorio detiene la mirada en las agujas de pronto inmovilizadas. No hay pila que aguante, pensó, contradiciendo cualquier comercial alusivo al poder de carga cuasi eterno del objeto. De todas formas, la hora detenida se encuentra inexorablemente alejada del momento escogido por Gregorio y Gloria para conversar virtualmente. El contempla la pantalla silenciosa de su celular, esperando el dulce sonido de alerta de la llegada de un mensaje. Buenos días, soy Ana Luisa, ejecutiva de ventas de su compañía de celular – no haré publicidad de marca en mi texto – tengo el gusto de avisarle que, debido a su excelente manejo crediticio, se le puede otorgar una línea adicional. Si la oferta le interesa, estoy a sus órdenes. Gregorio leyó con atención el mensaje esperando que, durante aquel tiempo, sonará nuevamente la alerta de llegada de un mensaje o mejor aún, la llamada anhelada. Pálido, imaginó que Gloria no quería verlo, que había aceptado comer con otro amigo, había salido a un balneario o a la playa sin considerar invitarlo debido a que no contaba con un traje de baño. Más pálido se puso elucubrando otras versiones que apuntaban al no querer verlo. La realidad era tan distinta a los escenarios fabricados por Gregorio que no se le ocurrieron. Gloria se encontraba alejada de su celular porque tenía que concluir un video para postearlo en redes sociales en punto del mediodía. Buen día Gregorio, te parece si vamos a tomar un helado esta tarde. Después podríamos ir al cine, ver una exposición o sencillamente caminar por el centro al atardecer.

Pero Gregorio ya se encontraba desconectado, manejando hacia el centro comercial, animado por la oferta de la segunda línea de celular ofrecida por el tacto comercial legendario de Ana Luisa. Se estacionó, estuvo unos minutos arreglándose frente al espejo del baño antes de entrar a la tienda – sí recuerdan que no mencionaré el nombre de la compañía ¿verdad? – y buscar a la ejecutiva amable. Esperó su turno para ser atendido por Ana Luisa. Buenas tardes, señorita, soy el cliente al que le escribió hace dos horas. La ejecutiva lo observó, sorprendida, recordando el envío masivo de mensajes a clientes potencialmente interesados. Eran, según recordaba, ochocientos o mil tal vez. Con tal de no afectar la compra que ella empezaba a intuir, le pidió su identificación y consultó su base de datos. Señor Gregorio, mire, usted puede adquirir una segunda línea y – la sonrisa de Ana Luisa se amplió – aprovechar nuestras increíbles ofertas válidas únicamente este fin de semana.

Gloria estuvo a punto de llamar a Gregorio cuya respuesta se daba a esperar. Ella pensó que estaba saliendo con otra mujer, que ambos estaban ya comiendo en un restaurante selecto de la ciudad y otras opciones fantasiosas.

Gregorio aceptó adquirir la segunda line por el trato amable de Ana Luisa y soportar mejor el desdén de Gloria. Compró otro aparato convencido por la excelencia comercial de la señorita y la supuesta necesidad de duplicar nuestras comunicaciones. Finalmente, salió dubitativo de la tienda habiendo firmado un plan de dos años de pagos fijos porque adquirió el celular de alta gama para denotar su poder de compra ante amigos y futuras conquistas. El azar hizo que Gloria fuera a la misma tienda justo cuando Gregorio se encontraba platicando animoso con la ejecutiva.

Nota: Los sucesos y personajes retratados en esta historia son ficticios. Cualquier parecido con personas vivas o muertas, o con hechos actuales, del pasado o del futuro es coincidencia, o tal vez no tanto. Lo único cierto es que no existe manera de saberlo y que además no tiene la menor importancia. Creer o no creer es responsabilidad de los lectores.

*Escritora, guionista y académica de la UAEM

Hélène BLOCQUAUX