REFLEJO
Limpiando los ventanales de su casa una mañana de julio fue como Areli descubrió algo que nunca iba a olvidar; por lo menos eso consideró aquel día. Con el pasar de los años, es posible que el recuerdo se haya difuminado, tal y como le ocurrió a la mancha de empañamiento que cubría la parte más accesible a la vista del vidrio, misma que ella borró pasando un trapo seco, sin pensarlo más. Para entender el gesto espontaneo de Areli, es menester remontar unas horas antes del evento aparentemente insignificante en su vida.
Lo que vio Areli aquel día no fue una escena a través del ventanal que da al jardín compartido con vecinos habitantes de las demás casas del fraccionamiento, sino unas palabras inscritas con letra de molde insegura sobre la porción empañada del ventanal, por Agustín, el vecino poeta de Areli y posiblemente examante, según los rumores que circularon en torno a sus encuentros frecuentes en su casa los fines de semana. Mirando detenidamente por la ventana, a lo mejor sentada en el sillón ubicado en la esquina de su sala donde solía leer con luz de día, ella pudo haber presenciado hechos que involucraban a sus vecinos, pero a Areli nunca le interesó contar la vida de los demás, considerando que lidiar con la propia resultaba lo suficientemente complejo como para dedicar tiempo a relatar historias, aumentadas o reductoras, sobre momentos que finalmente no le constaban del todo. La idea sí le había cruzado la mente cuando los González convidaban a su familia completa y la fiesta se convertía, a los pocos minutos, en una jauría semejante a una telenovela con villanos poco creíbles. Afortunadamente, el mismo Agustín había puesto mucha distancia con sus hermanos. Solía presentarse un par de veces al año a los convivios para no ser borrado del testamento paternal. Por la ventana, volteó a ver a Areli haciendo un gesto de invitación a la comida, indudablemente sabrosa y abundante, que estaban preparando para celebrar el quinto compromiso de su hermano mayor – los cuatro anteriores habiéndose disuelto sin explicación alguna por las pretensas poco antes de la boda programada- con una chica foránea conocida en un antro de fama dudosa. Areli se negó para no involucrarse más con él de cara al clan familiar y se refugió en su cuarto, donde pasó la noche viendo por completo la mini serie de Bodies en Netflix; mucho más recomendable que la novia referida en la opinión de Areli, que no compartió con nadie para no terminar ella siendo la comidilla de todos. Bueno, ese fue el pretexto que le dio a Agustín cuando este, excesivamente aburrido y a punto de la indigestión por la cantidad de comida deglutida, le llamó por teléfono entrada la noche afirmando haberla extrañado mucho. Areli hizo caso omiso del comentario acostumbrado y se concentró en la trama compleja de la serie británica. No supo si la noche agitada que pasó se debió a la ficción o bien a la música de la fiesta que siguió amenizando el evento hasta la madrugada. Despertó con la mente confundida así que se preparó una jarra de café, dispuesta a absorber su contenido integral y dedicar su mañana a limpiar los vidrios. Descubrir el autor del mensaje trazado no fue difícil puesto que estaba redactado en versos.
Nota: Los sucesos y personajes retratados en esta historia son ficticios. Cualquier parecido con personas vivas o muertas, o con hechos actuales, del pasado o del futuro es coincidencia, o tal vez no tanto. Lo único cierto es que no existe manera de saberlo y que además no tiene la menor importancia. Creer o no creer es responsabilidad de los lectores.
*Escritora, guionista y académica de la UAEM