SELFIE
La fecha de publicación de su primera selfie sin publicar en Insta sigue incierta. Lucrecia recuerda que fue una tarde de verano cuando sus amigas y ella no se presentaron a clases para pasar tiempo compartiendo chismes y botanas picantes. Al agotar la conversación desviada por la cantidad de mensajes entrantes en sus mensajerías y no tener con que avivar el paladar, las chicas perdieron el entusiasmo. Se despidieron con una foto grupal en la que Lucrecia aparecía sonriente en primer plano. No sucedieron más encuentros espontáneos porque sus padres respectivos se enteraron de la referida ausencia a clases y como Lucrecia no dejaba de pensar que Jazmín las había delatado para salvarse ella de un castigo severo – quedarse sin Netflix por una semana- prefirió confesar que la habían obligado a seguirlas aquel día. Las ex amigas no volvieron a dirigirse la palabra ni en el semestre en curso ni los sucesivos.
Desde entonces la vida de Lucrecia se encontraba disponible en versión filmada o fotografiada con o sin comentarios, prefiriendo ella colocar un emoji para una expresión máxima de su estado de ánimo. La secuencia de imágenes era por consiguiente su diario íntimo, con gran refuerzo de maquillaje, atuendo estrenado y filtros, expuesto a las miradas de todos, amistosas o no. Lucrecia iniciaba su día con las primeras campanadas. Salía como resorte de la cama para peinarse y refrescarse el rostro con agua muy fría. Frente al espejo, escrutaba su rostro para detectar cualquier impureza, piquete de insecto u ojera debido a las altas horas a las que solía dormirse. La primera foto solía ser de su desayuno, o en su defecto de su taza de café para no enseñar a cuadro los cereales de su hermana menor que seguía comiendo en ocasiones. La secuencia seguía de manera lineal con pocas elipsis: foto saliendo de su casa seguida por otra maquillándose en el transporte o taxi, según las perturbaciones del tránsito vehicular y su hora de levantar no siempre ajustada a la alarma programada. Durante sus clases, retocaba su maquillaje y de vez en vez lograba evadir la mirada reprobatoria de sus profesores al pintarse las uñas del mismo color que Jazmín, para despertarla del sueño que le ganaba con frecuencia. Las fotos seguían a la hora del lunch. Ahí presentaba la marca del producto comestible consumido para ganarse la aprobación del vendedor, quien le agradecía la promoción en redes con un café gratis. De regreso, entre aburrida y abrumada por sus tareas, se recostaba en el sillón, llamaba a su gato siamés y sacaba un video en Tik Tok en el que resumía su día y contaba su cansancio. La cena familiar era el momento más complejo. Su madre interrogaba su día y su padre sus resultados y planes a un futuro cada vez más cercano. Lucrecia evadía, comentaba el sabor de los sopes o enmoladas servidas, su ropa fuera de la moda express del mes. ¿Cómo hablar de su futuro si el presente sin filtros le resultaba cruel y su vida inhóspita? Su curiosidad había desaparecido en la adolescencia, carente de solución de repuesto más que ese miedo que le invadía las noches. A escondidas de su hermana dormida en la cama junto a la suya, sacaba fotos con flash para ver si existen de verdad los fantasmas.
Nota: Los sucesos y personajes retratados en esta historia son ficticios. Cualquier parecido con personas vivas o muertas, o con hechos actuales, del pasado o del futuro es coincidencia, o tal vez no tanto. Lo único cierto es que no existe manera de saberlo y que además no tiene la menor importancia. Creer o no creer es responsabilidad de los lectores.
*Escritora, guionista y académica de la UAEM