loader image

 

BAILE

 

El destino fue ocurrente aquel día cuando decidió divertirse con Loreta y sus creencias, la primera siendo la muy criticada por su entorno de: “no puedo”, seguida por su causal proclamado de: “no tengo tiempo”. Encerrados en un círculo nada virtuoso, los años desfilaban frente a ella sin que pudiera impedir que se siguiera reproduciendo la rutina sin diversión –más que ocasional-, sin puerta abierta a los misterios y la magia que conllevan. Su vida era una función de cine en la que ella fuera espectadora. Y de película hablando, se instaló cómodamente en su sillón para disfrutar tomando un té caliente –el pozole de temporada, aunque apetecible, le parecía un alimento desproporcionado para cenar- escuchando los rugidos de la lluvia en alternancia con los cohetes que mandaban a su perro refugiarse debajo de la mesa como escudo. No era la primera vez que Loreta veía “Aroma de mujer” sino la segunda o tercera. De hecho, quería volver a ver la escena inolvidable: aquella en la que el protagonista, interpretado por Al Pacino, invita a bailar a una joven que responde: «No puedo, porque mi prometido llegará en un momento”. ¡En un instante, se vive una vida! le responde, llevándola a bailar un tango. Repitió varias veces la escena para volver a escuchar uno de los diálogos cinematográficos más hermosos según ella. En algún momento de la cinta desfilante en la plataforma de videos, los ojos de Loreta se cerraron. Cedió al cansancio, al barullo de la vida para entrar a un sueño fugaz: Loreta era aquella mujer que bailaba el tango –un acontecimiento radicalmente opuesto a su vida en la que el baile no estaba invitado a formar- en un bucle musical infinito con el actor protagonista. Despertó en la madrugada en el sillón, sorprendida de no encontrar lugar en su cama ocupada por su canino como príncipe durmiente, sin la más mínima intención de despertar ni por el consagrado beso ni por una invitación más directa a bajar. Loreta no logró regresar ni con Morfeo ni con Al Pacino; permaneció con los ojos bien abiertos reflexionando en torno al conteo de las 24 horas de los días cuyo uso resulta diametralmente distinto entre las personas. Dedicó atención, de la misma forma, a aquellos que corren rápido o más despacio pero no logran alcanzar el preciado tiempo. ¿Será que ese tiempo es travieso; nos lleva siempre un instante de ventaja y por eso nadie ha conseguido atraparlo? El futuro es una versión semejante porque se aborda del mismo modo inaprensible olvidando por consiguiente el presente.

Al levantarse aquella mañana, Loreta no sabía si tomar clases de tango o de cine. De tanto pensar en imaginar una vida provista de una libertad poética y de riesgos sin frenos, Loreta decidió poner en práctica el poder magnético de la imaginación como motor de su vida. Salió de su casa dejando reloj y celular en su buró, decidida en afrontar los retos con nuevos brillos cuando una moto la percutó e hizo que se cayera sobre la banqueta. La gente se agrupó alrededor suyo mientras el chofer de la moto emprendía su viaje de huida; entre los presentes, nadie logró detenerlo. Loreta se levantó. No presentaba heridas serias así que la felicidad de estar viva invadió su cuerpo y se puso a bailar tango. Esta última parte fue la que más trabajo les costó entender a los servicios de salud cuando acudieron al lugar de los hechos.

Nota: Los sucesos y personajes retratados en esta historia son ficticios. Cualquier parecido con personas vivas o muertas, o con hechos actuales, del pasado o del futuro es coincidencia, o tal vez no tanto. Lo único cierto es que no existe manera de saberlo y que además no tiene la menor importancia. Creer o no creer es responsabilidad de los lectores.

*Escritora, guionista y académica de la UAEM