CLIFFHANGER
El despertador sacó a Citlalli de un sueño tan profundo que cuando extendió la mano para apagar la alarma, el aparato se cayó provocando un ruido acuático muy distinto a la música programada para extraerla de su sueño. En su mente, las tareas rutinarias se atropellaban en desorden cronológico: salir a correr con Sammy el perro; ver el último capítulo de la mini serie surcoreana para por fin saber si habrá un happy end romántico entre los protagonistas; preparar el lunch de Lisa y el termo de café para ella y, sobre todo, desayunar cereal con leche para no perder demasiado tiempo en preparar y poder ver el final tan esperado. Además, Citlalli estaba emergiendo de la noche a las 5 am con un antojo incontrolable de absorber algo líquido que también podía ser un licuado de plátano. No alcanzó a atrapar al despertador y permaneció unos minutos más estirándose en la cama, preparando el cuerpo a afrontar el día después de la noche de lluvia acompañada con su séquito de truenos y relámpagos, como remembranzas da la noche anterior de festividades patrias. Volvió entonces tantear con su mano derecha para localizar al despertador en su sitio y por fin levantarse. La mano regresó vacía y mojada. En sus adentros, Citlalli refunfuñó culpándose por haber nuevamente tirado la jarra de agua al piso. A ver si no se rompió, pensó poniendo ahora sí los pies fuera de la cama. Mamá, gritó Lisa, se inundó mi cuarto, mis juguetes están flotando y Sammy está jugando con ellos. El gato, más precavido, se había trepado a la mesa de la cocina procurando dejar sus huellas en el mantel. Citlalli recorrió con vista panorámica la amplitud del desastre: el río desbordado se encontraba ahora en su casa, removiendo los objetos del piso: un calcetín blanco, parte del uniforme escolar de Lisa flotaba azaroso buscando el otro par o bien uno de otro color o de otro dueño. Citlalli se preguntó muy seriamente si no se encontraba inmersa en uno de los intensos sueños lúcidos que a veces tenía. De ser así, tenía parecido con “La luz como el agua” un cuento de García Márquez. La mujer cerró los ojos y los abrió bruscamente: su casa lucía igual de inundada. Intentó no pensar en la afectación que podían tener los libros ubicados en la parte más baja de su librero. Tampoco quiso considerar los daños a la alfombra del cuarto de visitas, ni en la ropa acumulada en el cesto para lavar. El gato se impacientó. Pidió su comida matutina. Lisa le arrimó un plato de comidas aguadas. Expresó su indignación emitiendo un segundo maullido. Dale un poco de cereal dijo Citlalli a su hija. Ambas se sentaron, enmudecidas, escuchando nada más el chapoteo del agua, dueño del piso y de algunos centímetros de su casa. Lisa trazó una marca en la pared y apuntó: septiembre 2024, por si vuelve a suceder, le recalcó a su madre, que aferrada a los pasos de su rutina porque no podía hacer nada, nada le contestó. Dejó parte de su desayuno por desgano o por compartirlo con Sammy, eso sí era un acto fuera de las reglas establecidas observó Lisa. Citlalli se acomodó en su silla y prendió su tableta bajo la mirada asombrada de su pequeña quien retomó la frase de su madre: Llueva truene o relampaguee, tú ves tu serie, ¿verdad mamá? Si hija, llueva, truene, relampaguee o se inunde mi casa, yo veo hoy el final de “Bajo la lluvia”. ¿Pero hasta dónde es capaz de llegar la realidad cuando decide rebasar A la ficción?
Nota: Los sucesos y personajes retratados en esta historia son ficticios. Cualquier parecido con personas vivas o muertas, o con hechos actuales, del pasado o del futuro es coincidencia, o tal vez no tanto. Lo único cierto es que no existe manera de saberlo y que además no tiene la menor importancia. Creer o no creer es responsabilidad de los lectores.
*Escritora, guionista y académica de la UAEM