VORACIDAD
Wendy esperaba en el estacionamiento escrutando los coches que llegaban. Bajaron de la camioneta los conferencistas junto con un Felipe radiante por haber logrado convocar a dos artistas tan renombrados como Salvador y Cristina, una pareja cuyas fotografías se cotizaban en dólares desde el inicio de su carrera. Como un diablito brincando de su caja para asustar a los niños, Wendy apareció frente a Felipe y se presentó con su acostumbrada verborrea mareadora: yo soy…, yo tengo… yo… Un poco desconcertados por la imposición de la mujer, asumieron que Wendy ostentaba un cargo importante dentro de la institución. Felipe los acompañó hasta el lugar de la exposición, donde el público se encontraba agrupado en el pasillo principal, ansioso por escuchar a los fotógrafos relatar sus experiencias en el concurrido campo fotográfico de la hora digital amenazado ahora por las realizaciones perfectamente creíbles de la IA. Durante el camino, Felipe empezó a experimentar una nausea que iba creciendo, una sensación de asco incontrolable desvinculada de los alimentos. Delante de él, iba Wendy que seguía monologando con Salvador: yo… y cuando yo… entonces yo…. Salvador intentó reprimir un bostezo y volteó a ver a Cristina quien caminaba más lento por sus tacones altos, pero Wendy venía armada con indecencia, desfachatez y una voz irónica dedicada a acabar de tajo con cualquier intento de Felipe de invitarla a retirarse. A lo largo de su vida, Wendy había logrado quedarse con las propiedades de su ex esposo, además de exigirle una cuantiosa pensión que le permitiera mantener un estándar alto de vida y, sobre todo, no trabajar más que publicando sus libros de fotografía. En el arte de sacar ventaja de cualquier situación ventajosa, su lista de amigos se había reducido considerablemente. Disfrutaba enormemente de la derrota de su círculo cercano y la invasión de poder que revestían cada una de sus apariciones. Ella era la serpiente que logró vencer A Mowgli, capaz de dormir a cualquier humano con palabras. Felipe alcanzó finalmente A dar algunas indicaciones a Salvador y Cristina antes de entrar al escenario, donde fueron recibidos con una lluvia de aplausos. Atrapado entre el entusiasmo de la audiencia, Felipe respiró un poco durante la conferencia magistral, pero la preocupación ahora era impedir que Wendy se autoinvitara a la comida oficial. Recordó la advertencia de su mejor amiga la primera vez que el nombre de Wendy fue convocado en una conversación: no confíes en ella bajo ninguna circunstancia. Sabe dormir a la serpiente del libro de la selva, librarse de cualquier situación con la sonrisa de la blanca palomita inocente; de proponérselo, podría cosechar medallas en el arte de la manipulación. Felipe nunca supo qué tipo de artimañas tentaculares desplegó Wendy para conseguir el nombre del restaurante; posiblemente las mismas que para conocer con precisión el lugar de llegada de los artistas. La mujer se presentó campante al lugar reservado. Los demás miraron con asombro, mezclado de cierta admiración, por el descaro afirmado por la mujer, quien por cierto no contaba con servicio puesto para un comensal más. De suerte, Felipe alcanzó asiento entre los dos fotógrafos por el descuido de un segundo de Wendy, quien no pareció rendir las armas: comió cuatro platillos comentando sin parar sobre su vida. Aprovechando la mesa despejada después del café, entregó a Salvador un ejemplar de su último libro de fotografías, indicando que adentró encontraría una dedicatoria y su número de celular. Y de celular hablando, Felipe eliminó a continuación el contacto de Wendy quien ni siquiera se molestó en despedirse de él.
Nota: Los sucesos y personajes retratados en esta historia son ficticios. Cualquier parecido con personas vivas o muertas, o con hechos actuales, del pasado o del futuro es coincidencia, o tal vez no tanto. Lo único cierto es que no existe manera de saberlo y que además no tiene la menor importancia. Creer o no creer es responsabilidad de los lectores.
*Escritora, guionista y académica de la UAEM