DESORDEN
Héctor, Guillermo, Rossana y Amada estaban reunidos después de dos décadas y con sus edades duplicadas. Al no haber tenido hijos, Rossana sentía que el tiempo no había transcurrido igual en ella que para sus ex compañeros de la universidad, quienes habían formado sus familias respectivas. Amada discrepó sin esperar la respuesta de la mujer quien se quedó con la boca como pez queriendo atrapar comida, dicho de forma más prosaica, para inmortalizar el momento en una fotografía. por ser objeto de bromas en vez de los piropos que estaba esperando para celebrar su apariencia definitivamente más esmerada que Amada, Rossana pasó sin transición a temas de conversación más triviales. Héctor aprovechó para ordenar un plato de botanas surtidas para compartir. Guillermo tomó aparte al mesero para preguntar si el chicharrón era vegano. ¿No comes carne, Memo? No lo puedo creer, antes no hubieras dejado vivo a …
¿Y a ti cómo te trató la vida, Amada? La mujer dibujó una sonrisa forzada y casi se atraganta intentando deglutir de un bocado el sope repleto de salsa extra picante. Después de toser y tomarse la cerveza casi completa de Héctor, se decidió a resumir la situación en breves etapas que iban de excelente a devastadora, transitando por buena y aceptable, aunque reconoció ella misma que el orden no tenía mucha importancia sino el desenlace: gracias al estado de cuenta mensual de una conocida tienda departamental (aunque no había nada realmente que agradecer a dicha tienda) había descubierto que su esposo había comprado un perfume, una bolsa y varios accesorios femeninos que no fueron para ella sino para una tal Sandra o Susana. Descubierto in fraganti, el hombre tartamudeó tanto que le fue imposible pronunciar correctamente el nombre de la destinataria de los regalos. Un silencio se impuso en la mesa. Los sopes se enfriaron y Rossana pidió los recalentaran. “No en microondas por favor”, suplicó Amada al borde del llanto. Memo le obsequió su servilleta de papel no por sentirse salpicado por las lágrimas de Amada, sino que él había estado endosando, sin ningún remordimiento, el mismo papel que el esposo de Amada. “Hay hombres tan valientes para mirarte profundamente a los ojos y decirte «te amo» mientras piensan en la mujer que acaban de llevar a su casa” afirmó Rossana con tanta firmeza que la anécdota parecía hacer eco en ella. “Así de desordenados estamos como personas” admitió Héctor susurrando para que Memo no alcanzara escucharlo. La plática volvió a cambiar de tema. Los cuatro se dieron a la tarea de evocar los mejores recuerdos de las salidas que realizaban juntos, cuando no existía mayor compromiso que inventar una mentira creíble para evadir las restricciones paternales o maternales y acampar en el cerro con una mochila llena de latas y bebidas. En mal momento, Memo recordó que salir con Rossana no había sido la mejor idea de sus veintes. Indignada, la mujer lo fulminó con la mirada y e hizo derramar la salsa roja en su camisa blanca que terminó como un cuadro de Pollock (sin el talento del artista). En un intento de salvar la situación Amada levantó su copa de vino y sin convicción dijo: “Ahora sí a brindar por nuestro encuentro. Cuando salen mal las cosas en la vida se pueden convertir en buenas historias de ficción”.
Nota: Los sucesos y personajes retratados en esta historia son ficticios. Cualquier parecido con personas vivas o muertas, o con hechos actuales, del pasado o del futuro es coincidencia, o tal vez no tanto. Lo único cierto es que no existe manera de saberlo y que además no tiene la menor importancia. Creer o no creer es responsabilidad de los lectores.
*Escritora, guionista y académica de la UAEM