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AGUSTICIDAD

 

Pausa es una capsula de bienestar que nos abre armónicamente a nuestro entorno. No se vende en ninguna farmacia puesto que no existe un laboratorio fabricante. Sentirse bien, descansar, saber contemplar las maravillas naturales de nuestra madre tierra…

“¡Corre, Lola! Vas a llegar tarde otra vez… ¿Y si no quiero llegar hoy al instituto? Le preguntó Lola a su progenitora (ya no quería usar el vocativo de mamá desde la adolescencia) que le tenía preparado un lunch gourmet desde las cinco de la mañana. Ahora Victoriana se mantenía en expectativa, asomada para escrutar el rostro de su retoña recostada muy a gusto y sobre todo relajada en la hamaca de la terraza, donde parecía levitar en una dimensión desconocida o abducida por la luz solar (ese fue un comentario de Lola).

“Lola, levántate ya por favor. Me van a despedir si vuelvo a presentarme después de mi hora de entrada”. El cuerpo de Lola parecía inerte e insensible a los gritos maternos porque llevaba puestos los audífonos inalámbricos que su progenitor, ausente desde su nacimiento, le había enviado de regalo para su último cumpleaños.

Victoriana le extrajo uno del oído. “¿Qué escuchas, otra vez reguetón, ¿verdad?” Lola se sentó, indignada por la pregunta que calificó de agresiva e inoportuna. “Eso era antes…” “¿Antes de qué, Lola?” “Pues, antes de tomarme una pastilla de valemadrina (esta pastilla si la venden bajo otro nombra que ahí no se revelará al no ser un espacio publicitario). “Estás consumiendo…nada más eso me faltaba escuchar” murmuró Victoriana al borde del desmayo.

Tengo una hija holgazana y drogadicta. Esa fue la conclusión que escuché en palabras de mi progenitora, antes de ponerse mis propios audífonos puesto que ella siempre se había rehusado a hacer uso de ese tipo de prótesis (esos son los términos que ella utiliza). Asombrada por sintonizar música relajante, se sentó en el sillón reclinable junto a mí. Se tomó un sorbo de mi té de azahar. Empezamos a conversar sobre asuntos fútiles, otros relevantes. Me preguntó a qué me quería dedicar en la vida. Le pregunté entonces a qué vida se refería: al trabajo al que nada más le faltaban los grilletes para convertirse en esclava o bien a una actividad disfrutable, además de remunerada que va deconstruyendo la palabra trabajo. Mi madre ya no contestó. Terminó mi té, así que me levanté para irle a preparar otro. Me percaté de que lo estaba haciendo por primera vez. Era cierto, nunca le había preparado algo a mi madre. Mientras dormía, le abrí su perfil profesional en Linkedin y le conseguí varias ofertas de trabajo. Ahora que despierte, le voy a tener que explicar que más o menos usurpé su identidad para contestar a los empleadores. Bueno, tendrá que admitir que eso fue para una causa noble. Espero así lo entienda.

Su celular vibró largo rato, a intervalos de cinco minutos aproximadamente, hasta que su jefe se cansó de enviarle WhatsApps. La otra posibilidad es que el hombre haya tomado conocimiento del mensaje musical firmado con mi nombre (sobra decirlo), y se encuentre en este momento envuelto en un espacio sonoro sereno que le impide conectarse con el mundo real.

Nota: Los sucesos y personajes retratados en esta historia son ficticios. Cualquier parecido con personas vivas o muertas, o con hechos actuales, del pasado o del futuro es coincidencia, o tal vez no tanto. Lo único cierto es que no existe manera de saberlo y que además no tiene la menor importancia. Creer o no creer es responsabilidad de los lectores.

*Escritora, guionista y académica de la UAEM

Hélène BLOCQUAUX