FÁBULA
Escuchar y mirar en las orillas de mundos lejanos, sumirse en sus honduras para crear, estando ahí, universos imaginarios. La intención de Sandra siempre fue fabular para esconder su realidad de mujer violentada dentro de una vida rebosante de lujos y paseos de por el mundo. Ella contaba historias de felicidad intensa compartida con su esposo. Mostraba evidencias a su círculo cercano. “Aquí estamos en Marruecos, en Portugal, en Japón o en Canadá». Cada ciudad visitada representaba al menos una vejación que Sandra transformaba automáticamente en una vivencia llena de amor y de luz. Cuanta más descripción, mayor la violencia recibida. Los ramos de flores significaban: lo siento y las joyas decían algo mucho peor. Después de tanto llenar de secretos sus recuerdos, que al pasar de los años evolucionaban en auténticas fábulas que ni su familia se creía, sucedió un evento extraordinario en la vida de Sandra. Fue a comprar un pollo para la comida porque su esposo se lo había encargado. Sí, ese pollo le cambió la vida. La pregunta legítima en este caso es saber si se trataba de un pollo crudo, rostizado o rebozado ¿verdad? A lo mejor la pregunta más conveniente a plantear es: ¿quién atendió el pedido de Sandra? Al realizar la compra venta de un pollo de buen tamaño, apetitoso en su presentación y guarnición, que el dueño agregó de cortesía y con una sonrisa bondadosa, la mujer quedó pasmada. Recordó la vez que había estado a punto de electrocutarse queriendo conectar una secadora en un enchufe dañado y recibió una descarga que recorrió su brazo derecho hasta el hombro. Ahora parecía realmente que había recibido un choque más impactante. No pudo articular una palabra ni de agradecimiento ni de despedida del dueño de la rosticería, sino que regresó a su casa y sirvió el pollo enfriado en una charola. Su esposo se quejó amargamente, pero Sandra invocó un embotellamiento de más de media hora para justificar la temperatura del pollo. Los días que siguieron, la pareja comió pollo en todas sus variantes culinarias hasta que el esposo preguntó si Sandra se había vuelto adicta al volátil. La segunda pregunta que se impone aquí es preciso contestarla, pero la respuesta involucra de manera más directa al vendedor de pollo con el que Sandra platicaba por momentos cada vez más largos. Esta situación, por supuesto, no ayudaba a que el pollo fuera consumido a una temperatura adecuada para que fuera sabroso. El esposo reclamó varias veces hasta que un día preguntó por el vendedor y su mujer si puso más roja que la salsa cátsup de la mesa que nadie consumía, pero siempre se encontraba al alcance por si se ofrecía. Sandra repuso que el hombre que la atendía era amable, divertido y apuesto. El esposo propuso entonces, después de haber prohibido a Sandra que acudiera nuevamente al lugar, emprender una vuelta al mundo por varios meses. Él podía gestionar sus negocios a distancia siempre y cuando hubiera una señal de internet disponible. Sandra no lo pensó dos veces. Pidió el divorcio para casarse con su pollero. Pasaron veinte años y la pareja sigue tan enamorada como desde el día en que Sandra fue a comprar un pollo.
Este texto no contiene ningún mensaje publicitario implícito para ninguna marca referente al volátil, protagonista de nuestra apetitosa historia.
Nota: Los sucesos y personajes retratados en esta historia son ficticios. Cualquier parecido con personas vivas o muertas, o con hechos actuales, del pasado o del futuro es coincidencia, o tal vez no tanto. Lo único cierto es que no existe manera de saberlo y que además no tiene la menor importancia. Creer o no creer es responsabilidad de los lectores.
*Escritora, guionista y académica de la UAEM