Hace unos días terminé de ver el documental The Bad Vegan. Serie en Netflix que básicamente expone la estafa y la manipulación hacia la restaurantera más exitosa de la comida crudo-vegana en Nueva York, todo por la promesa de que su perro sería infinito. Aquí posiblemente dejarían de leer, y dirían… aja, ¿cómo es eso posible? ¿Qué tan ingenuo uno tiene que ser? Bueno vamos, si algunos de ustedes son religiosos, por lo menos dentro del cristianismo… ehem… pues habría varias cosas que podríamos argumentar. ¿Cierto? Nada en contra de la religión, pero vamos: ¿No compramos todos fantasías a grandes costos? gente muere todos los días por eso, sino me creen, prendan la t.v ¿No somos todos partes de la fantasía de alguien más?
La miniserie nos presenta a Sarma una economista retirada, que decide dejar su trabajo por perseguir su pasión por la comida, años después estudia en una reconocida escuela y abre su camino hasta fundar su propio restaurante; Pure Food and Wine. El local con gran éxito se vuelve en uno de los más aclamados del mundo vegano a los que bajo agenda atiende a grandes actores, expresidentes y estrellas de deporte.
Para no hacer un spoiler de toda la serie, iré a lo que cautivó mi atención, no fue la estafa o la promesa de inmortalidad de su perro, o cómo los seres humanos podemos ser inmensamente vulnerables al punto de entregarnos al delirio de alguien más, sino la figura de Sarma, una mujer bellísima para los estándares American beauty; rubia, inteligente, fuerte, emprendedora, pero sobre todo diferente, y es en esa diferencia en la que quizá uno o más nos hemos sentido parte. El problema de aceptar esa diferencia es que está siempre ligada a un llano de soledad.
Sarma representaba algo con lo que la gente fantasea: éxito, poder, y popularidad, pero para la gente que vuela dentro de esas estelas, el viaje es tremendamente solitario. Según el documental ella regresaba del restaurante a su departamento y se acurrucaba con su perro todo el día, quizá era lo que la hacía seguir, León el bulterrier que no le importaba si ella hacia dinero o no. Quizá fue por eso que ella se dejó envolver en ese mundo mágico esotérico, porque ¿por qué no inmortalizar lo único que hace sentido en esta maldita vida? ¿por qué no pelear por ello? ¿cuál sería la diferencia de ingenuidad entre eso, y la gente que va a la guerra?
Yo en casa tengo a Nina, una chihuahua blanca con complejo napoleónico, que piensa que por su altura tiene que ladrar para probarse, por eso siempre la gente chiquita es malvada, sino me creen, miren a Plankton de B. Esponja o Hitler, ¡la historia lo prueba! En fin, a veces estoy mucho tiempo fuera de casa y cuando pienso en mi hogar no puedo evitar pensar en ella, Nina representa entre otras cosas un puente entre mis viajes y el mundo que conozco (mi realidad), Nina, quizá como León, sean de las pocas certezas que tengo en la vida, y que se escapan a las fantasías de los humanos, pues en su ser, toda superficialidad está desprovista, todo éxito, fama, o la aclamación por intentar ser algo o alguien carecen de importancia.
Así que si es por esos valores es que merece luchar por la inmortalidad, todos podríamos entender a Sarma más de lo que creemos.
Imagen cortesía del autor