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El general Leonardo Márquez (1820-1913), el famoso carnicero de Tacubaya, convocó una fuerza militar conservadora para derrocar al gobierno de Benito Juárez. Más allá de la legitimidad de su causa, podemos reconocer la astucia y la crueldad de este general como sus rasgos más importantes, a pesar de que muchos se oponían a Juárez, no era nada fácil contar con el apoyo de la jerarquía católica. Márquez fue un maestro a la hora de sobrevivir en una época compleja. En él, la crueldad del asesino se conjugó con la necedad, la intolerancia y la locura de los miles de creyentes católicos que respaldaron su causa. En estas coordenadas, Márquez encontró lo necesario para llegar a ser uno de los comandantes conservadores más importantes durante la Guerra de Reforma y a través del tortuoso pasaje del Segundo Imperio.

Hacia principios del año 1862, Márquez era un caprichoso partidario de Félix María Zuloaga y de Miguel Miramón. La historia nos señala que a inicios de ese año había logrado reunir siete mil hombres a lo largo de tierra caliente. En el extremo, el así llamado “tigre de Tacubaya” fue capaz de subordinarse a la voluntad de un comandante extranjero, traicionando no sólo a su país, sino a los principios militares y a cualquier noción de justicia. Lo que queda de manifiesto en la cínica defensa de sus actos que intentó promover desde el exilio en la Habana.

Sabemos que Márquez conducía a 1500 hombres desde el invierno de 1861 y se movía abiertamente por Cuautla, Cuernavaca e Izúcar de Matamoros, lugares donde es plausible suponer cierto apoyo, al menos para obtener los elementos necesarios para la manutención de su fuerza. Lo acompañaban en sus operaciones el Gral. José María Cobos, Juan Vicario, José María Gálvez, Francisco Montaño, Jerónimo Verdín, Casimiro Liceaga. Se dice que habrían ocupado posiciones de ataque desde el 22 de abril de 1862, lo que nos hace pensar, una vez más, en el arraigo social de su causa, pues visto desde esta perspectiva la participación de las fuerzas conservadoras no fue fortuita, pues habían arropado a la columna de Márquez desde mucho antes de la Batalla del 5 de mayo.

En Orizaba, por ejemplo, el padre Miranda y Juan Nepomuceno Almonte jugaron un papel fundamental para el avance de los franceses, como una manifestación extrema de esa ambigüedad católica que los caracterizaba, sabemos que a pesar de que murieron siete soldados del Ejército de Oriente en la famosa escaramuza de Acultzingo, hicieron que se cantara un Te Deum y que repicaran las campanas de las Iglesias de la ciudad para recibir «como se debe a los franceses» y como la famosa comitiva había prometido a Napoleón III, en lugar de celebrar los funerales de los mexicanos muertos.

Al ritmo del avance del Ejército expedicionario francés, Leonardo Márquez actuó puntualmente bajo la estrategia pactada con Lorencez, su tarea era atacar un día antes al Ejército de oriente que se encontraba defendiendo Puebla, con la finalidad de respaldar el avance francés, dividiendo y minando la fuerza de Zaragoza. De acuerdo con Gabriel Cuevas, «La enrevista Márquez-Laurencez, fue decisiva, pues Márquez se comprometió a apoyar con los incontables y aún poderosos reaccionarios de que era jefe, la invasión asegurándole al jefe francés fácil victoria y una marcha triunfal entre clamorosos vítores, flores y repiques hasta el Palacio Nacional de México.» En esta famosa reunión también estuvieron Juan N. Almonte y Antonio de Haro y Tamariz, conservadores cuyo nombre no debe separarse de la magnitud de su traición a la patria.

Efectivamente, la memoria, como acto político, nos indica no olvidar los nombres de una serie de católicos, traidores y cobardes, muchos de ellos vestidos con sotana y sin el valor de defender sus intrigas en el campo de batalla: los obispos José María Gutiérrez de Estada, José Manuel Hidalgo y, particularmente, el obispo Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos, quien llegó al extremo de viajar a Europa para rogar por un imperio. Afortunadamente, Márquez y sus hombres fueron derrotados el 4 de mayo en las inmediaciones del valle de Atlixco, Puebla, por los generales Antonio Carbajal y Tomás O’Horán, quienes impidieron que llegara a auxiliar a los franceses. Así lo señala el reconocimiento que el mismo presidente, Benito Juárez García, otorgó a quienes derrotaron a Márquez en Atlixco:

“La República Mexicana a sus valientes hijos: derrotando a los traidores el 4 de mayo contribuyó eficazmente al triunfo alcanzado en Puebla contra el ejército francés el 5 de mayo de 1862”

*Nahuatlato, profesor de tiempo completo en El Colegio de Morelos.

Imágenes. Medallas concedidas a los combatientes del 4 de mayo. Cortesía del profesor Abacum Reyes Parra.

José Manuel