

Esta mañana,
la primavera se coló por la ventana,
tímida al principio, luego desbordante.
La vi abrirse paso en el florecer de los árboles,
en los guayacanes que estallan en amarillos radiantes,
en las primaveras que se visten de rosas,
tonos intensos, suaves, claros,
como un susurro que se torna grito.
Las jacarandas se inclinan,
radiantes y violetas,
mientras las buganvilias,
llenas de vida,
se desparraman en multicolores,
un remanso de belleza efímera,
un respiro fugaz.
Pero esta belleza no basta
para mitigar los horrores que persisten,
la sangre derramada,
los jóvenes y mujeres desaparecidos,
devorados por la impunidad,
por el silencio mimetizado de los que callan,
de los que miran hacia otro lado.
Así no debería ser la vida,
no en esta tierra,
no en mi bella Cuernavaca,
donde la primavera florece
mientras el dolor se enraíza.
Y sin embargo,
aquí estoy,
entre guayacanes y jacarandas,
buscando en sus colores
un destello de esperanza,
un rayo de luz que ilumine
lo que el silencio ha oscurecido.
Porque esta es mi tierra,
y aunque duela,
la amo.

Guacayán. Foto: DMC