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Gustavo Yitzaack Garibay L.

Ya somos partícipes o testigos del proceso electoral que en 2024 definirá el curso político de Morelos. Diputaciones y senadurías, una gubernatura, la que será la LVI Legislatura, treinta y seis alcaldías y cientos de regidurías y miles de puestos ejecutivos (secretarías, direcciones, coordinaciones y otros mandos, entre ellos las áreas de cultura y patrimonio), son parte de la disputa que habrá de trazar la fisonomía política de un Estado que se cae a pedazos.

La falta de prosperidad, el abandono de la infraestructura municipal, y la violencia, reflejan la decadencia de la clase política morelense y el estado de degradación moral del sistema político local (una pequeña ineptocracia, históricamente avalada desde el centro y la cúpula ¿díganme el nombre de un gobernador verdaderamente legítimo?), de compadrazgos y nepotismo, que premia a cortesanos populares y leales ineptos, que festejan dispendiosos el pan y circo de esa barbarie política acometida cotidianamente en detrimento de la población y de la sostenibilidad y sustentabilidad emergentes de un territorio precarizado y sometido por bufones y caciques nativos y extranjeros.

No existe el gobierno estatal sino el gobernador Cuauhtémoc Blanco y su mímesis, el hermano incómodo, Ulises Bravo. No existen los ayuntamientos sino el apellido de tal o cual personaje o dinastía. El triunfo del cainismo debe alertarnos sobre el proceso que viene; un desfile de lobos disfrazados de corderos, que de hecho ya se presentan como benefactores, amantes de las tierras morelenses, convencidos zapatistas, conscientes de las necesidades sociales, lúcidos hombres de prosapia e inmaculada moralidad política.

Es real, Morelos atraviesa por un proceso crucial de transformación política que no es inusitado, pero sí excepcional, porque de manera acentuada y en un corto periodo se han exhibido las fallas de administraciones estatales y municipales que han generado un daño a la muy emergente democracia estatal, provocando enormes desigualdades debido al autoritarismo en el ejercicio discrecional del poder, a la mala distribución de la riqueza y a una deuda histórica, la falta de justicia social.

Morelos está convertido en un mugrero de violencia, corrupción y pobreza que laceran a las mayorías. Todo es a consecuencia de una clase política oportunista y mediocre, de un limitadísimo sector empresarial antropófago que ha sido privilegiado por el Estado, al narcotráfico que ha engendrado su propia expresión de poder, la narcopolítica y sus narcopolíticos locales (los omisos y los que forman parte de su nómina), y ciertamente, a una población educada bajo el modelo cultural Televisa y el reino enajenante de la sociedad del espectáculo en tiempos de las redes sociales.

Toda esa maldad, con su banalidad, nos aqueja de manera estructural, endémica y sistémica, porque ya están arraigados en la memoria de la cultura política local, pero no de la población. Para nuestra fortuna, el pueblo no es el Estado. Hay un contrarelato de resistencias, revueltas y rebeliones que hacen de Morelos, esta pequeña matria o región suriana, un pueblo de vocación indómita y de espíritu revolucionario.

El legado de la llamada Cuarta Transformación, y sobre todo del obradorismo, ha sido abrir el debate sobre prácticamente todos los ámbitos de la vida pública. A diario somos testigos de rijosos debates. Una cierta polarización tiene un efecto positivo en la política, porque distingue y expresa diferencias ideológicas de forma y fondo. No todes somos iguales.

Justifico esta columna; la batalla también será cultural. ¿Cuál será la agenda y cuál el proyecto cultural de las y los candidates? ¿Quiénes se perfilan para ocupar la titularidad de la Secretaría de Turismo y Cultura, con sus respectivas áreas? ¿Desde qué lugar llegarán las y los nuevos titulares de cultura y patrimonio cultural en los ayuntamientos? ¿Quiénes repetirán cargos a pesar de sus pobres resultados? ¿Por qué el medio cultural no realiza estos debates al igual que otros sectores que comienzan a movilizarse a favor de uno? ¿Somos apolíticos, apartidistas o puros políticamente como para solo mostrar una posición “neutra”?

No habrá democracia, ni repúblicas sanas, y en ello entidad o municipio, que se sostengan desde el silencio, sin que el régimen o gobierno de turno garantice la crítica, la disidencia. Donde todo nos dicen que está bien, ahí habita la maldad. Ahí no se vive, se sobrevive. Podemos tener miedo, pero no podemos ser cobardes.

Comencemos a debatir el futuro que viene, desde el tiempo-espacio en el que estamos.

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