loader image

 

María Helena González*

1

Acudí a ver la exposición de Beatriz Ezban porque soy miembro activo del Seminario de Cultura Mexicana capítulo Cuernavaca y me siento comprometida con el trabajo de mis colegas, especialmente los involucrados en las artes plásticas: si no hacemos trabajo colaborativo en tiempos de crisis, la precariedad de las instituciones se evidencia más.

Pero en este caso me llevó hasta Polanco en primerísimo lugar el planteamiento de un tema que me fascina de tiempo atrás, me refiero a la representación del yo en las artes. Lo he puesto en letras partiendo de presupuestos teóricos de las ciencias cognitivas en más de una ocasión. La más reciente cuando escribí el guion curatorial de la exposición dedicada al pintor jalisciense Manuel González Serrano para el MUSA de Guadalajara, exhibida en ese espacio hace casi 2 años. Uno de los textos fundamentales pensar ese tema ha sido el libro Neurofilosofía del yo, autoconciencia e identidad personal (2022, Bonilla. UNAM. Col. Bioética) del Dr. José Luis Díaz Gómez, médico investigador quien me ha abierto los ojos de un modo que no deja de sorprenderme cuando me topo con autorretratos, autobiografías, memorias y epistolarios, por poner algunos ejemplos de obras cuyo asunto manifiesto es la propia identidad.

En el caso de la exposición de Beatriz Ezban, el tema se traduce en sus interesantes aproximaciones a la representación de lo real y su deformación, que cuestiona acremente la idea del autorretrato entendido de manera tradicional, es decir, idealizado. Para ello, la creadora emplea la tecnología y un material reflejante como soporte. En un momento más abundaré en su proceso creativo.

2

Curada por Michel Blancsubé, la muestra plantea a quien se enfrenta a las piezas no sólo la pregunta ¿quién es el sujeto de la representación? refiriéndose al autor o autora, sino quién es el que mira, pues como espectadores terminamos formando parte de la pieza al encontrarnos reflejados y distorsionados en ellas. Aparecemos de pronto fragmentados entre los recortes de los collages creados por Ezban. El conflicto no se maquilla, se hace evidente desde el epígrafe con el que se abre el texto de sala: El narcisista sufre por no amarse a sí mismo: sólo ama su representación, citando a Clément Rosset.

Platicando con la pintora, con quien tuve la suerte de coincidir en la sala, pensaba en qué habría dicho la crítica de arte Teresa del Conde, quien se sujetaba a los presupuestos freudianos con verdadera pasión si hubiera estado allí. ¿Añadiría a su visión psicoanalítica algunas propuestas de Díaz Gómez? ¿Pondría en un segundo término la idea junguiana de la sombra, ese tan atormentador concepto que ha hecho de las suyas en la literatura generando obras tan importantes como The strange case of Dr. Jeckill and Mr. Hyde de Robert Louis Stevenson, para darle paso a las manifstaciones del yo en términos de la cognición?

Díaz Gómez ha encontrado más de veinte posibilidades de aproximación al yo. Entre ellas aparecen la corporalidad como base del mismo; la posibilidad de la introspección que genera un yo mental; el yo narrativo que es el que se expresa; la evocación que nos da un yo que fue y es mutable; la otredad que habla de nuestro yo encontrado en los otros y el yo como consciencia moral.

Para el caso de la exposición que comento, me parece pertinente detenerme en la idea del yo como autorreferencia, ese concepto que se basa en un yo sujeto y en un yo sustantivo, es decir, el que percibe y el que es percibido. Ahí hay un desdoblamiento muy interesante.

¿Por qué? Porque la creadora emplea grandes formatos forrados con papel espejado -mylar- sobre los cuales va pegando trozos de fotografías ampliadas de ella misma, en las que su imagen aparece distorsionada y fragmentada. Captura su imagen con un teléfono celular que a veces también aparece, la amplía, la deforma y la recorta para luego formar composiciones que terminan percibiéndose en un primer momento como si fueran trazos de un expresionismo abstracto novedoso por los materiales empleados. De este modo también contribuye a cuestionar las categorías visuales que usamos para referirnos a lo que sucede en el “espacio pictórico”, porque de bote pronto sus piezas de gran formato nos parecen una revisión más del abstraccionismo surgido en la década de los 50 en la Escuela de Nueva York.

Mirando con atención los fragmentos descubrimos poco a poco el rostro de la autora, pero de manera sorprendente también vamos descubriéndonos a nosotros mismos dentro de las obras. Formamos parte de un juego de espejos sin habérnoslo propuesto. Esta diégesis, más allá de recordar las casas de espejos de los circos nos plantean la pregunta que dio origen a la filosofía: ¿quiénes somos? ¿De verdad somos ese rostro invertido que aparece ante el espejo todos los días? ¿Quién es ese ser imposible de conocerse porque entre otras cosas jamás se verá la espalda y el cuerpo completo al mismo tiempo? ¿Por qué guían nuestra conducta las fotografías retocadas? ¿Qué papel juegan la eterna sonrisa de las imágenes de las redes sociales y la falta de ella en el trabajo de Ezban?

3

La idea del doble cuenta con una larga historia en las artes, nace de la conciencia sobre lo semejante, de las habilidades de las facultades perceptivas para comparar mínimos detalles. El ejercicio más conocido en los museos es el autorretrato, pero en esos casos descubrimos que el doble termina siendo siempre diferente del autor. Nadie en México como El Corcito y Juan O´Gorman para echarnos en cara que el sujeto se percibe de un modo siendo otro, que a su vez termina re-presentado según los cánones que dictan los estilos del momento.

La historia de la Academia es el gran soporte porque basa su existencia en la posibilidad de la mímesis, en la copia de los objetos, en su transporte a la bidimensión del papel o la tela con colores, o a la tridimensión en el caso de la escultura. Pero lo que nunca ha hecho la Academia es responder por qué tenemos la angustiosa necesidad de representar lo que está allá afuera, si eso ya existe. ¿Por qué recreamos los objetos del mundo?, ¿por qué necesitamos re-asegurarnos de su existencia por medio de la imagen?

4

Concluyo: si bien la idea del doble en el sentido figurado ha estimulado la imaginación desde la más temprana antigüedad porque la posibilidad de apoderarse de la propia representación seduce, en el caso de la exposición que comentamos también podríamos añadir la reflexión sobre las enfermedades de la imagen propias de la posmodernidad: esas enfermedades que autodestruyen a la persona que se siente alejada de los cánones de belleza que imponen los medios masivos de comunicación.

Los egipcios creían que el ka formado al mismo tiempo que el cuerpo material era un doble sutil. Tiempo después encontramos en el folclore la idea del doble como un ser inquietante, a veces maligno presagio de muerte, como cuando se rompe un espejo. Lo que hoy vivimos con respecto a la imagen del yo como cuerpo es esta idea llevada al extremo.

La curación tal vez resida en repetirnos que nuestro yo está conformado por una multiplicidad de yoes que se coordinan para generar cordura. Los neurocientíficos no alcanzan a ubicar en el cerebro en donde reside este yo unificador -recordemos que la cognición también es extendida y enactiva-, pero eso no debe quirarnos el sueño, lo que debemos tener en mente es que no mentimos, que no estamos locos: nos habitan personajes diversos.

Variantes de este asunto llevaron al hoy olvidado José Luis Cuevas a tomarse fotografías diarias para ser testigo de su envejecimiento; el Retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde lo inspiró. Hoy Beatriz Ezban nos recuerda esta y otras cuestiones que jamás dejaremos de hacernos frente al espejo.

Galería de exposiciones del Seminario de Cultura Mexicana. Abierta de martes a domingo de 11 a 18 horas. Avenida Presidente Mazaryk 526, Polanco. Entrada libre. Del 10 de abril al 08 de junio de 2025.

*[email protected]

Un dibujo de una persona

El contenido generado por IA puede ser incorrecto.

Imagen cortesía de la autora

La Jornada Morelos