
Un muro lleno de ojos
(Tercera parte)
Roberto Monroy Álvarez*
Un muro lleno de ojos es lo primero que uno ve. Fernando nos cuenta que, mediante donaciones, lo levantó con losetas que llevan nombre y rostro de un desaparecido o desaparecida. Hay espacios vacíos, no porque se carezca de ausencias, sino por carecer del recurso. Al fondo, las marcas de las jaulas de los gallos son el vestigio de un pasado violento, que amenaza siempre con regresar. Paola, nuestra anfitriona, nos dice que los supuestos dueños del predio, quienes rentaron el espacio para los crímenes, cumplieron su sentencia y salieron no hace poco de prisión, que han vuelto a ocupar los terrenos alrededor. Sin embargo, el predio central, ahora, tiene una propiedad dividida, entre las autoridades y la asociación que preside Fernando, pues se ha señalado que mientras existan dos fosas con restos humanos, es impensable abandonar el lugar de manera oficial (tal vez en 15 años, cuando las condiciones científicas permitan rescatarlos). De hecho, el memorial es el único predio que cuenta con una propiedad legítima en Maclovio Rojas, una colonia considerada como asentamiento irregular. Al salir del memorial nos dirigimos a una reunión con los líderes de la comunidad, quienes nos reciben en una especie de oficina/centro comunitario. La idea es comprender la complejidad social del lugar. La líder, una mujer joven y voluntariosa, nos recibe junto con su equipo. Entre la historia que nos cuenta, de cómo empezó la colonia Maclovio Rojas, del diseño inicial, de la lucha por el reconocimiento de propiedad de tierra de los colonos, del menosprecio de las autoridades, del perverso uso electoral que realizan todos los partidos políticos allí, se asoma una larga historia política de esos otros anónimos, violentados por el no reconocimiento y el abandono, dejados en manos tanto del capitalismo legal como de la violencia clandestina. Entre la contaminación de empresas que ha desatado una epidemia de cáncer, hasta la ocupación de la secundaria por miembros del crimen organizado para convertirla en un laboratorio de drogas, la cosa no está fácil. El memorial de víctimas es otro punto incómodo. Pese a que no externan su desacuerdo con el espacio, es evidente su resquemor: para Maclovio Rojas, los crímenes cometidos por el Pozolero son una herida que preferirían cerrar, olvidar. Ellos realmente desconocen a Fernando y su asociación, porque no son de allí, porque no son parte de la comunidad. Comprenden su lucha y dolor, pero no lo comparten del todo; para sus intereses legítimos, que es el reconocimiento legal de su asentamiento, tal vez sería mejor cerrar el memorial. No creo que lo digan de mala fe, ni que sea un asunto de buenas y malas luchas; más bien se trata de la complejidad de la marginación y la violencia.
*Laboratorio Contra/Narrativas (CIIHu-UAEM)
Intervención efímera coordinada por el colectivo RECO con vecinos del predio CIOAC AC y familiares de personas desaparecidas.

