

Un ataúd rentado es un ataúd rentado
Blanca Estela de la Soledad Pedroza Hernández*

El cuerpo de mi hermano Pepe llega a casa por la tarde. Llega en un ataúd de madera color café, sencillo y sin adornos. Los de la funeraria le piden a mi madre que se acerque a verificar que el cuerpo que está adentro sea el de su hijo. Lo que ella ve no es solo el cuerpo de su segundo hijo ve que también le han puesto una bolsa de plástico trasparente en la cabeza: su rostro esta deformado, extraño, inquietante. Mi madre les reclama. Ellos dicen que no querían manchar el ataúd, que es rentado. “No sabía que se podían rentar los ataúdes”, pienso. Tampoco sabía que los hermanos podían morir tan jóvenes. Mi madre le quita la bolsa, recorta una playera, y hace un cuadro de tela que protege el ataúd de la sangre de mi hermano. El ataúd, inevitablemente, se mancha, no solo de sangre sino de un líquido azul que sale de su cuerpo. El ultimo recuerdo que tengo de él son sus calcetas blancas manchadas de ese azul. Mi madre, mi padre, mi prima y yo vamos a la Fiscalía General. Nos dicen que no podemos cremar a Pepe porque ha sido una muerte violenta y el permiso no puede ser autorizado. No fue asesinado, por nosotros ni por nadie, ¿por qué es violenta su muerte entonces? ¿Quizá porque es un joven tatuado que estaba drogado y borracho a la hora de su muerte?, me pregunto. En su acta de defunción se lee que sufrió una broncoaspiración pulmonar. Su cuerpo estaba tan intoxicado con alcohol que los fluidos se fueron a sus pulmones ocasionando su asfixia. No veo la violencia en eso; la única que percibo es la de su cabeza cubierta con una bolsa de plástico, como si fuera basura; o la violencia del agente ministerial que amenazó con clausurar nuestra casa si no le daban un buen soborno. El agente nos dejaría sin lugar donde “velar al muertito”, sin donde vivir por días, semanas, meses o años. Mi madre, de alguna manera que no logro comprender, enfrenta esto: la muerte de su hijo y la imposibilidad de cumplir el último deseo de mi hermano, de ser cremado. Cuando por fin otorgan el permiso para la cremación, ya es medianoche. La mayor parte del funeral la pasamos en la Fiscalía. Por mucho tiempo, creía que era un caso aislado. Viéndolo en retrospectiva, más de diez años después, percibo que es una violencia, una ejercida al cuerpo de un joven cualquiera. Ahora entiendo que esta experiencia es una compartida con cientos de personas más. La saña en el cuerpo de mi hermano no es única, como no lo es la de miles de jóvenes que mueren todos los días, cuyos cuerpos e identidades son desechados, todo por una idea. La idea de que es preferible conservar el valor de un ataúd y no la memoria de los muertos.
*Laboratorio Contra/Narrativas (CIIHu-UAEM)
Fotografía cortesía de la autora.
