

Ciudad Renacimiento

Llegamos un domingo a medio día. Como era de esperar, nos recibió el olor a sal y una ola de bochorno. Era la primera vez que mis primos y yo viajábamos solos a visitar a la familia en Acapulco. Para ahorrar un poco, nos fuimos en las combis que salen de la Paloma de la Paz. Los tíos, que se encontraban en la iglesia, mandaron a un taxi azul para que nos recogiera. Tío Margaro dice que “los azules” son los que andan dentro de Rena, y que si les pides que te lleven a la Acapulco te cobran 300 pesos. ¿Qué no estamos en Acapulco?, le pregunté. Me dijo que, aunque es el mismo territorio, a toda la zona vacacional le dicen Acapulco, y de este otro lado, Ciudad Renacimiento, La Esmeralda, Libertad y La Sábana, es otra cosa. La iglesia está en La Frontera, una colonia con alta presencia de delincuencia. Se llama así porque es, precisamente, un límite entre dos colonias. La atraviesa el río La Sabana, el mismo que se desborda cada año con los huracanes. En esta zona las casas nunca se terminan de construir; apenas se levanta lo que se llevó Otis, llega John y se lo lleva otra vez. El camino de la iglesia a la casa de mi tía, en Ciudad Rena, es de unos 15 minutos a pie. Primero atraviesas el puente sobre el río que antes era un tiradero de basura (aunque lo reubicaron, la gente suele lanzar sus desechos de vez en vez). De ahí es todo derecho, con las casitas de lámina en las orillas, asomándose entre las palmas tropicales. Hay vacas, burros y gallinas; algo que no se vería en el otro Acapulco, el de hoteles y vendedores ambulantes. Por las inundaciones, hay quienes abandonaron la planta baja, mudándose permanentemente al segundo piso. Pero no a todos les alcanza. En la casa de mi tía, por ejemplo, sería difícil subir y bajar escaleras para mi primo, quien se dializa tres veces por semana debido a la diabetes. Para ellos, lo urgente en la temporada de huracanes no es proteger sus bienes, sino sacar a Rober de la colonia antes de que se inunde, para que pueda recibir su tratamiento. Para mi última noche en el Rena, la habitual melancolía de las despedidas trajo las historias a colación. Mi tía me contó de cuando la casa vecina fue una casa de seguridad, cuando los detenidos se les escapaban y brincaban por su techo huyendo de los delincuentes o de la policía, a saber, la diferencia. Mi tío habló de lo molesto que fue cuando no los quisieron censar tras los destrozos de John en 2024. Los censos, tras las emergencias, normalmente se acompañan de un apoyo económico para reconstruir las viviendas afectadas. Pero como no los censaron, para el Estado eran invisibles. Sin su nombre en la lista, más que olvidados o desplazados serían inexistentes.
*Laboratorio Contra/Narrativas (CIIHu-UAEM)
