La fuerza del lenguaje recubre el espacio, dándole sentido, territorializando un mundo que, más allá de la razón humana, se encuentra indeterminado y sin referentes. Los glifos toponímicos del náhuatl son una muestra de la soberanía del lenguaje sobre el mundo, nos recuerdan que la tarea de lo humano es darse un mundo, rompiendo el umbral de la naturaleza para posicionarnos en el horizonte de la cultura.
Gorgias de Leontini, el gran sofista, había establecido a finales del siglo V a.C., dentro de lo que la tradición conoce como el Encomio a Helena, que el lenguaje es un gran soberano (megas thesaurós ho lógos estín); la tradición alemana, por su parte, hablaba de la potencia de las palabras (Die Herrschaft des Wortes), en la misma línea de lo que finalmente estableció John Austin, respecto de su carácter performativo, en el libro ¿Cómo hacer cosas con palabras?
El nombre es origen y destino, en el caso de los topónimos o nombres geográficos se ve, en toda su magnitud, esta tradición. La magia de la palabra aterriza sobre la materialidad del territorio, determinándolo para llevarlo más allá de sí, hasta encontrar una realidad más profunda, llena de sentido. Una de las dimensiones de la lengua náhuatl es precisamente esta, territorializar el mundo a través de referencias a la tierra, los volcanes o el espacio llano. Los nombres responden a la relación dialéctica de la razón humana que da cuenta de su experiencia en el mundo; en el caso del náhuatl, esta experiencia se traduce en palabras que dan cuenta de colores, olores, texturas, relaciones, actividades y gestos.
En el estado de Morelos, como en todo el altiplano central mexicano, los nombres geográficos gozan de una vitalidad que ha desafiado el paso de los siglos y la acción violenta de la incomprensión de las políticas indigenistas. No deja de llamar la atención que, de los 36 municipios que integran el estado, únicamente dos no cuentan con nombre oficial en lengua náhuatl: Ayala y Emiliano Zapata.
Por ejemplo, Cuaunahuac, nos señala un espacio cuya posición de sujeto se encuentra a la orilla de los árboles. El glifo, por su parte, nos permite ver el árbol sin perder la plasticidad fonética de la sílaba –cuautli y la fuerza del adverbio –inahuac. En este sentido, el glifo señala una relación de cercanía con la naturaleza y proviene del mundo prehispánico. De manera específica, aparece en la Matrícula de tributos.
Así, la cartografía de nuestro estado es el testimonio viviente de la capacidad descriptiva y performativa de la lengua náhuatl. En este sentido, el libro de Cecilo A. Robelo, Nombres geográficos indígenas del estado de Morelos, es un clásico que da cuenta de la amplia difusión y del arraigo de la palabra náhuatl.
Concluyo, afirmando que la palabra náhuatl no permanece en la soledad de la letra impresa o de los fonemas que se articulan en la manifestación concreta, pues además de describir, indica y alecciona de una relación, llena de color marca el paso y documenta el pasado, para abrirnos la puerta del futuro, en fin, la palabra náhuatl es como una puerta que se abre y se mira lejos.
Investigador, profesor y hablante de la lengua náhuatl.