

Fue en abril del 2013 yo trabajaba de noche, tocaba música para una mezcalería de moda del centro de la ciudad, casi siempre salía tarde y cansado. Días atrás venía de una racha de mucho trabajo, hasta que un día las cosas dieron de sí y todo se empezó a torcer. Un día de vuelta a casa con unos tragos y cansancio encima pestañeé por un momento y la siguiente escena que tengo en la memoria es la de unos policías sacándome del auto, mientras alguien me daba papel de baño para limpiarme la sangre de la cara, se decían entre ellos; se quedó dormido, se quedó dormido” …

Al salir miré el auto y me di cuenta que era pérdida total, me había ido a estampar por suerte-mía con un poste, digo por suerte porque pudo ser mucho peor, una vez que cierras los ojos y la cortina está abajo, estás a merced del destino, ese día yo estaba a salvo, aun así llegó una ambulancia y un paramédico muy joven que fue a revisarme, me ordenó una valoración médica. Al día siguiente acudí con el doctor y me mandó collarín por dos semanas, y también me dijo que mi tabique se había desviado un poco, que muchas personas vivían así, pero que también podría ser una buena oportunidad para operarlo, enderezarlo y poder respirar mejor.
Debía ser algo sencillo, una intervención que no tomaría más de 3 horas para después salir del quirófano caminando y yendo a buscar el almuerzo con esos tapones que te ponen en las fosas nasales y te hacen parecer una morsa.
Después de una semana todo estaba arreglado. Entraría al quirófano en manos de una doctora bastante amable y en la que yo confiaba plenamente.
Al llegar al hospital me acompañaron mis padres, con los cuales yo sentía una pena infinita, su hijo había estropeado un auto suyo, y les había dado el susto de su vida, es algo que hasta la fecha cargo con vergüenza, ellos me tranquilizaron, eres joven tienes tanto aún que aprender yo tenía (22 años), me decían los accidentes pasan, y tú estás bien, lo peor ya pasó, pero ninguno sabía que eso no era cierto, que lo peor estaba por pasar.

Entré al quirófano muy drogado y con una sonrisa en el rostro, me despedí de mis padres les dije que nos encontraríamos en tres horas.
(Lo próximo que relataré aquí lo recuerdo muy borroso y en partes inconexas, hay que recordar que yo estaba bajo el efecto de la anestesia)
Fue como si tomara desesperadamente una bocanada de aire desde la superficie del mar. Me desperté muy agitado a la mitad de la cirugía, vi a tres doctores corriendo y dándose instrucciones entre ellos, era un ambiente de caos, intentaba comprender si lo que veía era real o estaba soñando, pero el dolor en el pecho era tan intenso que algo en mi me dijo que era real, algo había salido mal, al parecer la anestesia tuvo un efecto secundario en mí, y mis pulmones se empezaron a filtrar de líquido, es algo que los médicos llaman; edema agudo pulmonar, es algo de mucho riesgo que si no se trata de manera adecuada puede conducir a la muerte, básicamente el aire no puede entrar a tus pulmones porque están llenos de líquido, algo tan sencillo como eso, cada bocanada de aire que con mucho esfuerzo realizaba- me alejaba de la muerte, pero cada vez eran menos, y más pausadas, yo sentía como la vida se me empezaba a escapar, los doctores corrían y discutían entre ellos, mientras yo le pedía a una enfermera desesperado y con señas una pluma, tenía algo que decirles a los médicos, ella me la dio y yo escribí con mucha dificultad en mi brazo izquierdo la leyenda “me estoy muriendo” fue lo último que recuerdo, la siguiente escena fue ver a un vecino mío en la sala de operaciones dirigiendo a todo el equipo médico y ordenando me entubaran inmediatamente.
Tenemos que drenar los pulmones rápido gritaba. Para ese punto yo pensé que había muerto ¿Qué hacía mi vecino ahí? Recuerdo también sentir mucha paz, sentir que estaba en paz, y ya no resistir, ya no pelear, fue una sensación de alivio, algo en el fondo de mí decía voy a vivir y, si no, está bien también, esa fue mi segundo despertar, el tercer despertar fue en terapia intensiva.

Estaba vivo pero crítico, recuerdo que mi mamá entró en la habitación con una bata y lágrimas en los ojos, me explicó todo lo que había pasado, yo sólo podía mover la cabeza para asentir. Me dijo que el anestesiólogo se había acercado hasta ella en la sala de espera y le había tomado la mano, y ella en ese momento también había dejado de respirar. Le explicó que la situación era crítica, ella llamó a un vecino porque sabía que era doctor intensivista y depositó toda su confianza en él, su nombre era Alfredo Hoyos y fue la persona que salvó mi vida. Después de hablar con el anestesiólogo de inmediato se comunicó con él, a lo que él le contestó sin hesitar: voy para allá. No sé cómo es que entró al hospital, lo imaginó caminando con liderazgo apartando con un brazo al guardia mostrando sus credenciales, e interrumpiendo la sala de operaciones diciendo yo me encargo desde ahora.
Su nombre es Alfredo Hoyos y es la persona que salvó mi vida.
Ver entrar a mi mamá y papá a terapia intensiva quizá fue la experiencia más cercana a la muerte pero a la vez más amorosa y real que he tenido en la vida.
Es en ese momento que todo lo que está de más se cae, es como si vieras por un segundo lo que es importante y todas esas líneas extra, todos los diálogos de relleno, todos los personajes secundarios, las ambiciones profesionales, las vanidades, los temores económicos, la búsqueda del éxito, toda esa basura con la que llenamos nuestros días es tan insignificante.

Lo único que importa o importaba ese día, era ver a ella entrar a esa sala de terapia intensiva y decirme con la voz más dulce que existe en el mundo: Lo logramos, ahora si lo peor ya pasó.
Miré a mi brazo y la leyenda todavía estaba ahí, “voy a morir”’
Recuerdo eso, y también recuerdo el manto de paz que me abrazó en el momento en que ya no peleé más. Voy a vivir y, si no, está bien también.
