Las aristas de un personaje o el Zapata nuestro de cada día. 8 de agosto de 1879.
“Alto, proporcionalmente formado, tez morena requemada por aquel sol abrasador de las comarcas, ojos vulgares, pero de una mirada leonesca que aterra, largo bigote negro, casi siempre hirsuto, aspecto en general adusto, áspero, burdo en sus modales, de cultura muy insignificante y de un corazón de acero templado en el yunque de mil persecuciones”, fue como Antonio Dámaso Melgarejo Randolph describió, en 1913, a Emiliano Zapata Salazar.
Zapata es, sin duda, el personaje mexicano más trascendente nacido en tierras morelenses. El tiempo y las circunstancias que rodearon al anenecuilquense durante 39 años y ocho meses de su existencia, lo ubicaron en la inevitable polémica de su historicidad. Sin embargo, quienes sobre el revolucionario suriano han escrito, se han volcado en la construcción de un discurso apologético para su culto y no en una aproximación crítica para comprenderlo.
“Sus ojos eran pardos, y al mirar traducían el estado de su alma; su mirada era por lo regular apacible, pero se volvía penetrante y escudriñadora cuando trataba algún asunto de interés con alguna persona a quien no conocía bien”, describió el periodista y abogado Octavio Paz Solórzano al caudillo morelense. Zapata era “casi venerado por los pueblos de las regiones en donde operaba, al grado que se decía: que en el sur hasta las piedras eran zapatistas”.
Más de un siglo de elogios han deshumanizado al personaje, haciendo de él una idea que lo aleja de su dimensión real. Invitado a participar en un coloquio sobre los llamados “nuevos zapatismos” ‒2003‒, me encontré con que parte de los asistentes fueron disfrazados de “zapatistas”: ellas, con huaraches, faldas largas, blusas coloridas y trenzas con listones; ellos, con huaraches, cotón, sombrero e incluso, bigote largo. El “zapatismo” se hizo moda.
“Los partidarios de Zapata, sinceros o interesados, han procedido tan lógicamente exaltando la figura del caudillo como sus detractores deturpándola, y lo que más podemos esperar es que cada uno muera con sus propias ideas”, planteó el profesor Jesús Sotelo Inclán. Por ello, para el autor de Raíz y razón de Zapata ‒1943‒, “es necesario bajar al pasado histórico de cada individuo para encontrar sus oscuros orígenes, sus elementos esenciales”.
Hace algunos años, en el archivo de mi abuelo, Alfonso Joaquín Castro Morelos, encontré el testimonio mecanoscrito e inédito de Eduardo Adame Medina, teniente coronel del Ejército Libertador del Sur. El jiutepequense, aunque elogioso, también ofrece una visión de Zapata en la cotidianidad: carcajeándose, intransigente, ebrio, desconfiado, cayendo del caballo y arrastrándose debajo de una alambrada de púas. Un Zapata menos broncíneo, más humano.
Fuentes
Los crímenes del zapatismo. Apuntes de un guerrillero; Antonio D. Melgarejo; primera edición; F.P. Rojas y Cía; México; 1913; 170 pp.
Raíz y razón de Zapata; Jesús Sotelo Inclán; primera edición; Editorial Etnos; México; 1943; 238 pp.
Emiliano Zapata; Octavio Paz Solórzano; en Historia de la Revolución Mexicana; José T. Meléndez; edición facsimilar; INEHRM; México; 1987; 278 pp.
Imagen: Estatua ecuestre de Emiliano Zapata Salazar (detalle);
Cuautla; 1934. Archivo Jesús Zavaleta Castro.