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Premios y veneras morelenses: entre la humildad del origen y la estridencia de la egolatría

 

 

“Y aunque en el instante sentí grabados mis hombros débiles por el peso enormísimo que recayó sobre mí, e hice por lo mismo dimisión de este gran distintivo conque la Nación me honraba ante el Supremo Congreso, […] queriendo sólo denominarme Siervo y Esclavo de mi Patria”, confesó José María Teclo Morelos y Pavón al aceptar, en Chilpancingo, los cargos de Generalísimo de las Armas del Reino y autoridad del Supremo Poder Ejecutivo ‒1813‒.

En 1996 entró en vigor el Decreto 755 “que crea el Reconocimiento al Mérito Ciudadano”, ello incluyó la “Orden Quetzalcóatl”, la Venera “José María Morelos y Pavón. Morelenses de Excelencia”, la Medalla “Emiliano Zapata” y la Medalla “Benito Juárez”. Tras haber obtenido el segundo lugar en las dos primeras convocatorias de Ensayo Histórico “La presencia de Juárez en Morelos”, en el tercer concurso ‒1999‒ mi ensayo fue rechazado.

El responsable de la organización, profesor cuautlense, tras elogiar ad nauseam mi ensayo, confesó que era demasiado crítico hacia el personaje, por lo que el jurado decidió excluirlo de la evaluación. Sin embargo, bajando el volumen de su voz y estirándose por encima de su escritorio me ofreció: “Tú tienes méritos suficientes para recibir la Venera Morelos. Busca quién te postule y yo me encargo del resto. Piénsalo”. Y, por supuesto, rechacé su oferta.

A partir de 2006 formé parte del Consejo de Premiación de dos reconocimientos. Con la Medalla “Benito Juárez” su auspiciaba la mediocridad ensayística y con la “Venera Morelos” se honraba el amiguismo a ultranza. Siempre debatí y voté en contra de los caprichos personales en turno, que incluyeron la entrega de la venera a un veterano profesor: “Fue maestro del señor gobernador”, dijo nuestro convocante. “No es razón suficiente”, respondí.

Hace algunos años se propuso otorgar la venera a un reconocido historiador; a pesar de su valiosa obra, me opuse, por no reunir los requisitos para ser recipiendario de ella. “Tiene casa en Tepoztlán”, esgrimió la titular de una secretaría, respaldada por el subsecretario de otra. Con argumentos y los votos de la mayoría logré que se respetara el decreto. Sin embargo, el historiador recibió la venera porque el gobernador lo había decidido con meses de antelación.

Vivimos tiempos en que cada vez más egos morelenses están ávidos de preseas y homenajes, medallas y reconocimientos, togas y birretes, en tanto que mujeres y hombres con sobrados méritos han sido ignorados. Así, “el amor propio no es más que algo análogo a aquel que a sí mismo se pasase la mano por el lomo, mientras que la adulación consiste en pasársela a los demás”, escribió el sabio Erasmo de Rotterdam en su Moriae encomium ‒1511‒.

Morelos, su vida revolucionaria a través de sus escritos y de otros testimonios de la época; Ernesto Lemoine Villicaña; primera edición; Universidad Nacional Autónoma de México; México; 1965; 718 pp.

Elogio de la locura; Erasmo de Rotterdam; segunda edición; Editorial Porrúa S.A.; México; 1990; 434 pp.

Imagen: Entrega de premios por el gobernador del estado de Morelos (fragmento);

Cuernavaca, Morelos; ca. 1932. Archivo Jesús Zavaleta Castro.

Jesús Zavaleta Castro