A / Leer y escribir
Acuclillado en la mesa, en la cabaña que su padre había levantado –desnudo, doblado sobre el libro–, Tarzán de los Monos presentaba una imagen rebosante de patetismo y promesa: “una figura alegórica –dice Burroughs– del primigenio ir a tientas al través de la oscura noche de la ignorancia hacia la luz del conocimiento.”
Bajo esos monos que tanto se le parecen, cubiertos por una piel de colores, Piel Blanca descubre que siempre aparece la misma combinación de insectos: boy. Y así, muy, muy despacio, va aprendiendo a leer sin pasar por el conocimiento formal de las letras, sin tener ninguna orientación.
“No lo consiguió en un día, ni en una semana, ni un mes, ni en un año, sino lenta, muy lentamente; lo aprendió una vez que logró comprender las posibilidades que encerraban esos pequeños insectos, de modo que para cuando tenía quince años conocía las diversas combinaciones de letras que había para cada una de las figuras presentes en uno o dos de los libros ilustrados.
“En cuanto al significado y al uso de los artículos y conjunciones –añade Burroughs–, de los verbos y adverbios, de los pronombres, tenía apenas una idea muy remota.”
Hubo otro descubrimiento igualmente importante: cuando tenía unos doce años, Tarzán encontró unos lápices en un cajón. Durante varias sesiones, cubrió la mesa con líneas desordenadas, irregulares, caprichosas, sin sentido, hasta que se acabó el lápiz; pero cuando tomó otro tenía ya un propósito definido: copiar esos insectos que cubrían las páginas de los libros. Así comenzó a escribir Piel Blanca –lectura y escritura son actividades complementarias, y nadie debería acercar a un niño a la lectura sin al mismo tiempo aproximarlo a la escritura–, y lo hizo obsesivamente, en trozos de corteza, en hojas de los árboles, en la arena. Y luego descubrió los números, a partir de un sistema basado en los dedos de la mano. Una vez que Tarzán aprendió a leer, la frecuentación del diccionario y de otros libros lo hizo avanzar más de prisa por el camino del conocimiento.
Es decir, por el camino de llegar a ser un ser humano. Porque la diferencia auténtica entre Tarzán y sus compañeros los antropoides se encuentra en el lenguaje. Un lenguaje del que Tarzán se apropió –caso único hasta donde lo sé, incluso en la ficción– sin ninguna clase de ayuda, a partir no del lenguaje hablado y escrito por los adultos que nos rodean, sino del lenguaje mudo de los libros, la herencia más importante que pudieron dejarle sus padres. ¿No es lo mismo, para cada uno de nosotros? ¿No es el lenguaje, lo que nos hace seres humanos, el más precioso legado que cada generación entrega a la siguiente?
B/ Leer, como ver TV
Me emociona la alegoría que Burroughs –un autor extraordinario de novelas de aventuras; contemporáneo de Joyce– usa para contarnos el desarrollo de Tarzán como ser humano. Al pasar de los meros músculos al lazo corredizo, el cuchillo y esa otra arma que es el lenguaje, al aprender a leer y a escribir, Tarzán se aparta de los antropoides, hasta entonces sus pares, y llega por ese camino a ser el rey de la selva.
En nuestros días, como en los de Tarzán, el lenguaje es hablado y es escrito. Nuestros niños y nuestros jóvenes, adultos, viejos merecen incorporarse a la cultura escrita y, más allá de la mera alfabetización, por fuerza transitoria, siempre insuficiente, convertirse en lectores.
No es justo que millones de mexicanos queden apenas alfabetizados y sean lectores en un sentido apenas utilitario y elemental. No tenemos por qué conformarnos con ese nivel. Pero eso es lo que, hasta ahora, ha logrado darnos nuestra escuela.
En este sentido la televisión nos ha dado una lección ejemplar. Muchas veces, cuando he hablado de estos temas ante padres de familia y maestros, llegado el espacio de diálogo es frecuente que alguien pregunte a qué edad es conveniente acercar a los niños a los libros y a escritura; a la cultura escrita. Lo que jamás he visto es que alguien llegue a plantearse esa misma interrogante respecto a la televisión. Todo el mundo permite que los menores estén expuestos a este medio desde el vientre materno. A nadie le preocupa, cuando se trata de la televisión, por ejemplo, si habrá palabras o formas sintácticas o cualquier otra cosa que no entiendan. El resultado es que entre los tres y los cuatro años virtualmente todos los niños y todas las niñas del país se hallan doctorados y doctoradas en televisión.
El método es de una sencillez abrumadora: dejarlos frente a la pantalla al menos un par de horas por día –algo de lo que estamos a años luz de distancia cuando se trata de leer y de escribir–. ¿Cómo puede competir con eso la media hora –o la hora completa, en el mejor de los casos–, de lectura a la semana que tienen nuestros niños en la escuela?
La lectura debe ser una actividad tan libre y gozosa como ver televisión. La lectura, los libros y la escritura. Todos los días, al menos desde la cuna.
Éstas fueron la cuarta y la quinta partes. Por lo pronto, podemos cambiar de tema.
*Doctor honoris causa por El Colegio de Morelos. Catedrático en la UNAM. Miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.