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A / De pianos y letras

Cuando se deja a los libros quietecitos y sin molestarlos, aprovechan la soledad y la penumbra, procuran multiplicarse y después de cierto tiempo ya no caben en el librero. Lo aconsejable entonces es dedicar un rato a ordenarlos, desechar algunos, cambiar otros de lugar… En ese proceso, de vez en cuando tropezamos con algún viejo y querido amigo que ya teníamos olvidado.

Así, venturosamente, acaba de llegarme a las manos Charlas, número 523 de la colección Austral. Su autor es Gilbert K. Chesterton. Lo tradujo José Luis Izquierdo y en 1945 lo publicó Espasa Calpe Argentina. En aquel año yo cumplí tres: Chesterton todavía no me interesaba. A mi padre sí.

Todos recordamos a este notable escritor por su más conspicuo personaje, el padre Brown. Y por El hombre que fue Jueves, su novela extraordinaria.

Algunos presumen –dice Chesterton– de que quieren enseñar a tocar el piano a todas las niñas, a todos los niños: pobres y ricos e intermedios. Y los ponen frente al piano, a machacar tres o cuatro notas. Siempre las mismas. En el mismo orden. Así los tienen días y días, durante horas, sin ninguna noción de armonía, ni de tiempos, ni de nada; sin que descubran que las notas deben ir combinadas unas con otras. Pero ellos creen que les están enseñando a tocar; presumen de sus logros y los contabilizan con exactitud y cuidado: número anual y mensual y semanal de niñas y de niños que están camino de convertirse en concertistas.

En las manos apropiadas un piano es un instrumento completo, ingenioso, armonioso… pero sin un pianista que lo toque es un estorboso mueble mudo. Y eso que decimos del piano podemos aplicarlo al alfabeto, la lectura y la escritura.

Trabajar con los menores para simplemente alfabetizarlos no es formarlos como lectores. Limitarse a que sean expertos en el manejo de un silabario, de una cartilla de alfabetización, no los puede llevar más allá de convertirse en expertos en las formas y los sonidos de las letras. Aprender sólo eso no es haber aprendido a leer. Lo que hace falta es que los niños aprendan a relacionar entre ellas las notas de música y las palabras y los números.

Lo que hace falta es que aprendamos a relacionar las palabras, así como se relacionan las notas de una melodía. Y queremos que las frases y los párrafos se relacionen unos con otros, como se relacionan cuando platicamos un día cualquiera, cuando queremos convencer de algo a un amigo o enamorar a una novia; cuando las empleamos en los actos de comunicación auténticos. Y para eso hace fata que aprendamos a tocar el piano por placer; que aprendamos a leer y a escribir y a conversar también por placer.

B/ Un cuento largo y un cuento corto

Tres a cero

—¿Otra vez perdieron? —preguntó la Beba, fingiendo demencia, mientras iba sacando del platón las tórtolas más suculentas y las iba cubriendo con la salsa de guayaba.

El Nene no contestó. Con la cabeza gacha dejó pasar el arroz al anís, las setas ahumadas, los chícharos en crema agria, pero no el agua de betabel pues el partido, como de costumbre, lo había dejado con sed.

—Déjalo en paz —murmuró la tía Martucha, sin alzar la mirada del plato que había quedado vacío.

—¿Quieres más? —le ofreció una de las primas memoriosas, pero la tía estaba distraída. En la cabecera, Martín sacudió la cabellera rubia, con aire de consternación.

—¿Qué dijo el doctor? — susurró alguien.

—Tres a cero —se quejó el Nene, mientras se frotaba una rodilla inflamada.

—¿Vamos a ir al cine? —preguntó Fermín, tímido, seguro de conocer la respuesta, ya con puchero.

—No te preocupes, Martín —dijo la Beba chupando unos huesitos—, ya conseguirás otra chamba.

—Siempre podrás… —

*Doctor honoris causa por El Colegio de Morelos. Catedrático en la UNAM. Miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.