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A / Fortunata

El juego era brutalmente sencillo. Checo, Lalo, Alex, alguien más, tras los coches, del otro lado de la calle; también yo estaba. Pateábamos la pelota contra la casa de enfrente. El portón de la cochera, de lámina, retumbaba y nos devolvía el proyectil. Una y otra vez lo repetíamos, hasta que Fortunata comenzaba a gritar, Pinches escuincles, los voy a hacer pedazos, me los voy a comer. Nosotros rodábamos por el piso de tierra y zacate seco y soltábamos la carcajada; en aquella colonia las calles eran de tierra. Apenas terminaba el escándalo y la vieja regresaba a su casa; volvíamos a rebotar la pelota y ella volvía a salir, volvía a mentarnos la madre, volvía a blandir una escoba.

Hasta aquella tarde en que agarró a Checo por la camisa y comenzó a arrastrarlo. Nosotros corrimos, lo dejamos solo. De Fortunata se decía que estaba loca porque había visto cómo mataban a uno de sus hijos, que tenía más de cien años, que no dormía nunca, que era una bruja. Checo perdió la camisa, pero logró zafarse.

A veces yo la sueño, la greña cana, enlutada, la voz que aúlla, el perro negro que siempre la seguía.

B/ Mala Fortuna

Hay en esta costa muchas maneras de tunas, y hay unas muy buenas, aunque nunca el hambre nos deja probar cuáles son mejores. Las más de las gentes que aquí viven beben agua llovediza que cogen en hoyos en la tierra; hay ríos, o de cierto más bien torrentes, pero nunca están de asiento y no tienen agua que sea conocida. Hay grandes pastizales, y paréceme que ésta sería tierra de fruto si fuese habitada por gente de razón. Aquellos indios que vimos primero nos dijeron que adelante estaban otros, dichos charrucos, que habían muerto la gente que venía en la barca de Ruy, para comerla, y que estaba toda tan flaca y desmerecida que no podían defenderse. Con aquella barca de Ruy eran ya cinco las que teníamos perdidas, porque la del contador la mar ya se la había llevado, y la de los frailes la vimos al través en la costa, y las dos en que íbamos Díez y yo y el capitán, al llegar de Alacranes se hundieron; por eso nombramos esta costa Mala Fortuna. [De Nuevas navegaciones…, atribuido a Antón Gil, el Xamurado.]

C / Afortunado

No encontró lugar y quedó de pie, junto a la puerta, enfrente y algo delante de donde yo iba. Alzó el rostro para hablar con sus compañeras y no alcancé a oír nada de lo que dijo, pero cruzamos las miradas. Luego me escurrí entre los pasajeros y me sentí afortunado, pues pude contemplarla. Cuerpo firme, fino, ondulante, faz más bien clara, casi blanca, negros los ojos y el peinado. Le murmuré en secreto, para mí, para que nadie más, ni ella siquiera lo oyera: Luna del alba, Botón de iris, Brillo de perla. La imaginé iniciándome en sus refinamientos eróticos. La imaginé en el corazón de la noche, prodigándome las ochenta caricias de su ritual… Una túnica verde acuático la cubría. Sentí un ansia vehemente de besar su boca, de calmar en ella la ansiedad, el ardor que me consumía.

Bajó en Villa de Cortés, confundida con sus amigas. No pude quitarle los ojos de encima, la seguí ávidamente. Alcancé a escuchar su risa y su voz. A cualquiera de ellas le dijo, mientras se reía, “No mames, wei”.

*Doctor honoris causa por El Colegio de Morelos. Catedrático en la UNAM. Miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.