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A / La Quinta

Entonces lo recuerdas. Confundido con un sueño, extraviado en la memoria, cubierto de ceniza, de pronto llamarada, espejo, punzante realidad. El barrio perdió la paz, los árboles su luz dorada; las casas se hicieron estacionamientos, misceláneas, escuelas, talleres, edificios, oficinas. Pero La Quinta es la misma y mamá Tita los recibe arrastrando los pies, pidiéndoles paciencia mientras enciende su aparato para oírlos. «¡Tanto tiempo!», grita alzando los brazos papá León y luego, a tu marido, «¿Ya no te acuerdas? Ahí al lado de la escalera”. Sigues a Leoncito, que quiere agua. «Voy arriba, ma», grita Marita. «Dale lo que pida», insiste tu padre, que sigue al niño con el refresco, Manuel viene por el pasillo sacudiéndose las manos, Marita baja a saltos, corre a tus brazos, mete la cabecita al lado de tu cuello, un murmullo sólo para ti, y sus palabras te queman, te devuelven a tu infancia, te hacen apretarla mientras la escuchas: «¿Quién es, ma? ¿Quién es esa vieja que está arriba? ¿Por qué está llorando, ma?»

B/ El capitán

E luego dijo el capitán que nadie lo siguiese porque aquella empresa los cielos se la habían señalado y sólo la fuerza de su brazo podría acometerla. Vímoslo bajar con la espada en la mano e la cabeza descubierta, entre aquellos árboles tan altos que escurecían la mañana. E unos dijeron, luego que no volvimos a verlo, que el mucho sol y el poco descanso le habían consumido la cordura. E otros que había sido la codicia, porque en aquellas tierras había oro, e más río abajo. Y para mí me tengo que no fue el sol ni los trabajos pasados y ni siquiera la gana y el gusto del oro, sino aquella muchacha de tetas picudillas y cabellos crespos que olía a tamarindo y le dio a probar su carne, de color loros, sus ojos de capulín. [De Nuevas navegaciones…, atribuido a Antón Gil, el Xamurado.]

*Doctor honoris causa por El Colegio de Morelos. Catedrático en la UNAM. Miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.