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A / No hay hueco

más misterioso que la boca de un cántaro. Los cuarenta enemigos de Alí Babá, el genio cautivo, un tesoro olvidado, todo está guardado en la comba de greda. Hay versiones en que la caja de Pandora no es una caja, sino un cántaro.

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Pandora misma fue modelada con arcilla por Hefestos, a petición de Zeus, quien quería vengarse de los privilegios que Prometeo había concedido a los seres humanos –formados por el titán, por supuesto con barro–. Armada con su caja o con su cántaro, y con su gracia y su belleza, Pandora fue a dar con Epimeteo, hermano de Prometeo, y no supo resistir… en fin, el resto de la historia es conocido.

B/ Iguanas y barro

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constituyen casi un pleonasmo de bulto, de tres dimensiones. Tan cercana está su apariencia, sin embargo, que la diferencia que separa del barro a las iguanas se vuelve más evidente: los aparta solamente el aliento vital. Si su propósito es concedérsela, los dioses alfareros necesitan tomarse el trabajo de insuflar la vida en algunas de sus creaturas.

O por lo menos de solicitar el favor a un colega, más poderoso o más desocupado. Una vez terminada la figura de Pandora, por ejemplo, Hefestos le pidió a Atenea que soplara sobre ella.

Al decir Pandora e iguanas no existe el menor riesgo de parecer pleonástico, pese a que unas y otra disfrutan el privilegio de tener vida… Vaya uno a saber por qué.

C/ A veces no hay

más remedio que aceptar, así sean las cuatro y veintiséis de la mañana, que los poetas lo han dicho todo. Que ellos son los guardianes del don primero y más alto de la palabra: nombrar la creación. En la callada entraña de la noche vienen a la memoria versos de Octavio Paz:

No veo con los ojos: las palabras

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son mis ojos. Vivimos entre nombres;

lo que no tiene nombre todavía

no existe; Adán de lodo,

no un muñeco de barro, una metáfora

Y otros de Neruda, en una asociación que de pronto resulta no tan clara como un instante antes, cuando hubo el relámpago de la urgencia, la razón absolutamente irracional para sentir que unas y otras palabras debían estar juntas, debían acompañarse:

… infinitas

formas del barro, luz de las vasijas,

la forma de una mano que fue mía,

el paso de una sombra que me llama,

sois reunión de sueños escondidos,

cerámica, paloma indestructible!

Más le valdrán al alfarero para ganarse el cielo las buenas obras de sus manos. Que no son en verdad de sus manos, sino más bien de su persona, de su máscara, de su ilusión de ser. Porque más que otros el alfarero es un artista, un recurso, un medio, un instrumento que el Espíritu aprovecha para manifestarse entre nosotros, para enriquecer la creación y hacernos llegar algún destello de su bondad, que vale decir de su hermosura.

*Doctor honoris causa por El Colegio de Morelos. Catedrático en la UNAM. Miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

Felipe Garrido