A/ Raros como son,
los diminutos leones de cántaro –uno de ellos se esconde siempre a nuestras espaldas– alguna vez han sido vistos merodeando en los tulares de las zonas lacustres del Occidente de México.
O por lo menos eso es lo que dicen, en su célebre Mexican Mirages, Brinton y Bolton, los infortunados expedicionarios que hace un par de décadas penan en busca de una editorial que quiera publicar sus crónicas. Según estos autores, pese a su aspecto feroz, los leones de tinaja –como también se les llama– son criaturas delicadas, de invencible timidez.
B/ Existe una vocación
de espíritu en el barro que se manifiesta, entre otras cosas, por la ilusión que nos produce la idea de verlo volar. Hablando del árbol de la ceiba, dice Pellicer:
yo lo he visto trabajar y en la tarde modelar
sus pajaritos de lodo.
Y Ernesto Cardenal, en un poema dedicado a Quetzalcóatl afirma que el dios
Les enseñó la cerámica
para que el barro volara como ave.
Y Octavio Paz, en una síntesis maestra, dice
vuelan pájaros pardos, barro alado.
Y podría extender el número de las voces, como se dice en estos casos, aunque no sea verdad, «hasta el infinito». Lo cierto es que todo esto viene de una antigua tradición piadosa que hace de los dioses ceramistas empeñados en aliar el barro con las alas. En los Evangelios apócrifos –el Evangelio árabe de la Infancia, por ejemplo– Jesús niño asombra a sus compañeros modelando «figuras de pájaros y aves que, al oír su voz, se echaban a volar».
No conozco ningún dios que haya formado guajolotes de arcilla. Quizá porque, como todos sabemos, el vuelo del guajolote no es ningún modelo de espiritualidad.
C/ Justo es reconocer
que hay verdad –verdad y belleza son una misma cosa– en los versos que Neruda dedicó a la más paradójica luminosidad de la arcilla:
Prodigio negro, mágica materia
elevada a la luz por dedos ciegos,
Y que hay misterio –todas las formas de la creación son variedades del misterio– en los que Pellicer usó para hermanar el barro con la noche:
dejo mi voz –guelaguetza—
clara y culta, fuerte y ancha,
entre los cántaros negros
de las noches de Oaxaca.
*Doctor honoris causa por El Colegio de Morelos. Catedrático en la UNAM. Miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.