

A/ Ya verás

Llegarás de noche y tendrás que salir antes de que amanezca.
Así te lo dijeron. Verás que es verdad. En este pueblo, en su vecindad yerma, en sus calles disparejas el camposanto es lo único cuidado, de alguna manera lo único presentable, lo más hermoso. Da pánico soñarlo, y lo soñarás. Una luz muy tenue irradiará de los monumentos, aunque no haya luna. Una brasa fría en la oscuridad.
Y la gente. Sólo en el camposanto —nadie allí dice panteón ni cementerio– verás pasar a alguien. En grupos de tres, de cuatro. Y los oirás reírse, o cantar, porque tienen buen humor, pero lo harán en voz muy baja, porque saben mantener respeto.
Veras también niebla y bruma, sueños y fantasmas, pero eso es aparte. Si tienes paciencia también la verás a ella. «No tengo otra cosa que darte», te dirá sin que sepas si se está burlando de ti. Y entonces abrirá las manos. Veras que es un puñado de polvo.

B/ Al alba
Arrinconada bajo las cobijas, guarecida, deshago el ovillo de mi cuerpo, adelgazo la respiración y me concentro en el anunciado peso de la luz.
Me someto a su esperanza.
Anticipo el sobresalto, lo postergo y lo disfruto por adelantado.

Una claridad sin volumen irá descendiendo desde el tragaluz, flanqueada por las jacarandas en flor. Una claridad llena de trinos, más suave que el resplandor de mi cuerpo. Una claridad que anunciará tu mirada, tu aliento, tu tacto. Una claridad como de agua, que se irá desbordando hasta llegar a todas partes.
Soy feliz. Pongo juntos todos los instantes hermosos que me ha tocado vivir, y hago con ellos un ramo para ponerlo allí junto al espejo; para vestirme la mirada y el alma; para exorcizar toda forma del dolor. Más que verte, te imagino. Lamo tus pezones para tornarte a la vida.
Somos dos cuerpos desnudos que esperan el alba.
*Doctor honoris causa por El Colegio de Morelos. Catedrático en la UNAM. Miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

