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A / Un demonio

A Elizabeth Tercera las historias de diablos y demonios le producían un largo escalofrío que se le quedaba en el vientre. Y el Marinero Ilustrado lo sabía.

—Una vez —dicen que dijo una vez el Marinero, mientras buscaba con la mirada la garganta de la muchacha— un demonio fue con un hombre santo y le pidió que lo redimiera.

La joven puso en el piso el cesto y se sentó a una mesa.

—Como es sabido —dijo la voz, por encima de vasos y botellas—, para redimir a alguien hace falta que un hombre sin tacha entrelace su vida con la vida de esa persona; mente con mente y alma con alma. Compadecido, el santo comenzó a acercarse al demonio, lenta y cautelosamente, pues era caritativo pero también precavido, y tenía miedo.

Tres días y tres noches usó el ermitaño para llegar al diablo. Entonces, el demonio comenzó a tentarlo.

—¿Tomó un cuerpo de mujer? —preguntó Elizabeth.

—¿Le ofreció dinero? — preguntó Joaquín Armenta.

—A ese hombre —dijo el Marinero— no le interesaban las mujeres ni el dinero. El demonio comenzó a alabarlo, a decirle que no había en el mundo nadie más santo, ni más devoto que él. Pero el ermitaño era en verdad un hombre puro y en cuanto se dio cuenta de que comenzaba a gozar las palabras del diablo tomó su bastón y lo hizo correr.

—Bueno y resplandeciente es el mundo —dijo otro día el Marinero, mientras tomaba un sorbito de ron, que decía aquel santo–, mientras no sujete nuestro corazón.

B/ Cuentan que el demonio

Todos aquí sabemos que el demonio toma a veces la forma de un gallo. Y cuando esto sucede, le digo, no hay quien pueda hacerle frente. Un perro grande y bravo, como el Palomo, que es una fiera, salió una vez gañendo, con la cola entre las patas, nada más que lo vio. Puede ser que uno mire un gallo paseándose de un lado a otro con la cabeza levantada, como hacen los gallos, y puede ser que uno crea que ese gallo es el diablo.

En tal caso, le digo, lo que uno tiene que hacer es esconderse, ponerse en algún sitio donde el animal no lo vea, y dejarlo solo allí en la azotea, o en el patio, o en el corral, donde el animal se encuentre, para que tome confianza.

Entonces, le digo, poco a poco le van brotando sus cachos de diablo y sus dientes de diablo y sus barbas de diablo y sus orejas de diablo y sus ojos de diablo. Y no es raro que se ponga un sombrerito para verse guapo, porque el diablo es vanidoso… casi tanto como un gallo.

*Doctor honoris causa por El Colegio de Morelos. Catedrático en la UNAM. Miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

Felipe Garrido