Entre las muchas artistas extraordinarias con que cuenta esta entidad, está en destacado lugar Iza Mendoza, grabadora, feminista, quien ha logrado proyección nacional en varias exposiciones, e incluso ha sido premiada por su afinada técnica y tratamiento de temáticas dolorosas, necesarias de revisarse. Antes he comentado sobre otras de sus obras, en que ejerce la crítica social con maestría técnica, desde muy joven, como parte de un equipo tan consistente como valioso de jóvenes grabadoras y artistas plásticas de Morelos.
Actualmente expone en colectivo en el Museo morelense de Arte Contemporáneo Juan Soriano, bajo el manto de «Iconoclasias: estéticas y accionares desde la rabia y la ternura». Apreciar la obra Nadir requiere tiempo –llevo horas—, para examinarla, tratar de entenderla, interpretarla a mi modo, actividad siempre limitada por las propias experiencias y formación, y ahora paso a comentarla.
Fue realizada con la técnica linóleo, en 92 x 117 cms. e impresa en papel de algodón. Nadir, vale recordarlo, significa aquel punto extremamente opuesto pero debajo de donde estamos parados en el esfera terrestre, digamos es “nuestro fundamento” o nos sostiene. Brutal y crítico nombre para su obra, pues contiene al menos once escenas en que se ejercen otras tantas formas de violencias contra niñas, jóvenes y mujeres de cualquier cultura: sexual, la trata, verbal, física, y en paralelo, violencia contra el medio ambiente, nuestra gran casa terrestre. Se trata de formas de violencia típicas, normalizadas, de las sociedades fálicas.
La composición va de lo inerte atrás, a lo vivo por delante. Al fondo del grabado, hay expresas referencias a la contaminación ambiental por parte de industrias negras, que ennegrecen la atmósfera con sus emisiones y se depositan por los suelos. Junto a ellas, un par de edificios en obra, despersonalizados como sin duda nuestra sociedad con sus claroscuros, se cimienta sobre estos despropósitos violentos a su lado. Anexos, hay también enredados cables de luz y de internet, que hechos para comunicar o informar, contaminan con sus enredijos la comunicación social. Aparecen a su lado banderolas ondeantes, de partidos políticos, unos en franca caída, otros aún vigentes, que parecieran ajenos a la dinámica social que se critica en la obra, ciegos por voluntad.
En los primeros planos, veo en todas esas escenas, procesos sociales, vecinales y familiares, públicos y privados, ya sea de clara intención educativa, pero de violencia simbólica, o de franca violencia física y sexual. En el centro, se exponen aspectos de la “métrica machista”, del “valor en el mercado” de las mujeres, según sus medidas corporales: busto y cadera. Su objeto, no un sujeto, es una mujer seccionada por la moda. Entre los propulsores de su medición, pues los hay de sobra, están las marcas de motos y automóviles y las de productos que ensalzan el machismo, incluso las plataformas de difusión en línea actuales.
En esta escena, tres mujeres encadenan a esa métrica social, a una mujer, que escéptica, es forzadamente medida. Dos de ellas, con el rostro cubierto, la inducen a ese mercado, poniendo a su mano dispositivos atractores de ese vértigo comercial, esclavizante. A la izquierda del centro, y al fondo de dos paneles de esa escena, guerreros samuráis, y tratantes de mujeres orientales, comercian con jóvenes mujeres a las que visten de delicadas ropas, para acabar desnudándolas y atacándolas bestial y multitudinariamente.
En dos escenas de la parte baja, es la madre quien enseña a su hija a ponerse “disponible” a la mirada del macho, llevándola paulatinamente a convertirse en el señuelo de placer y luego en objeto de placer, aspiración que se va concretando desde etapas tempranas. En el trío de mujeres a la extrema derecha, veo total transgresión del mito paradisiaco en que la serpiente da una manzana a la mujer, que peca y la come. Iza Mendoza muestra la falsedad del mito: es mierda lo que se come, pese a que se presente como deseable, natural, idílica. Junto a ellas, otro trío muestra la alternativa para salir de la sumisión, a través de una artista tatuadora, que empodera a las vejadas, a las silenciosas, sumisas y resignadas. Sólo ella sonríe, confiada, segura de su poder, apoyada en motivos mesoamericanos que transfiere en sus tatuajes.
Esperanzadora como figura la artista, no me impide voltear con pesada carga, a ver el cartelito semi escondido, con el precio de los niños que aparece tras una de las pequeñas. Mientras, estupefactos cuatro niñas y niños están en los juegos infantiles, observan toda esta terrible realidad, sintetizada en Nadir gracias a la maestría de Iza Mendoza, la tienen enfrente, la viven, indefensos, sin filtro alguno.
Visiten la expo en el MMAC este mes de enero, para fortalecernos ante tanta violencia.
Nadir, grabado de Iza Mendoza. Cortesía del autor