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Cuauhtémoc Blanco y sus mundos posibles

 

El exgobernador y ahora diputado federal por Morena, Cuauhtémoc Blanco Bravo se está convirtiendo en un lastre real para el partido que lo acogió, postuló y hasta medio protege (porque no son pocos los cuadros influyentes que tratan de ignorar sus problemas jurídicos). Abandonado por sus antiguos aliados en Morelos, muchos de ellos por pleitos importantes, otros por conveniencia política, y muchos más para simular que no tienen las mismas manchas morales que su exjefe, Blanco enfrenta nuevamente una de las tempestades en las que parece acostumbrado a vivir y que, en términos reales, parecen haberle hecho poco daño.

Porque la sociedad está programada culturalmente para esperar castigo a los malvados, sea por voluntad divina, instituciones justicieras o el simple y equilibrante karma, a nadie le gusta escucharlo, pero lo cierto es que Blanco Bravo ha sido un ejemplo claro de impunidad, aparentemente desde antes de iniciar su carrera política, una que construyó en el filo de la ley y gracias a la tibieza o los favores de muchos “facilitadores”.

Cuauhtémoc Blanco enfrenta (es un decir) un proceso penal por violación en grado de tentativa cuyo destino inmediato se encuentra en la Sección Instructora de la Cámara de Diputados, una que no parece estar muy dispuesta a acelerarse en un dictamen, mucho menos si se trata de condenar a uno de los integrantes menos lúcidos de la mayoría morenista. Y en medio de los señalamientos, como para ofrecer más elementos que configurarían la personalidad de Blanco como agresor, un video en que su esposa lo acusa de agresión y lesiones fue republicado la semana pasada, asunto que, si bien puede ser considerado jurídicamente aparte de la acusación que enfrenta el mandatario, serviría para ilustrar al personaje.

La teoría de los mundos posibles en la narrativa establece que desde el principio se van estableciendo una serie de reglas sobre lo que ocurre en el mundo que se narra, los personajes, por ejemplo, son dotados de una historia previa que dicta las cosas que pueden y no hacer, algo fundamental para la credibilidad de cualquier relato. Desde esta perspectiva, el lector asumiría que, si el personaje es capaz de golpear a su esposa, es decir, agredir a una mujer íntimamente cercana, entonces podrá agredir a cualquiera otra mujer que se presente en la historia.

En efecto, la narrativa para nada ayuda a la causa de un Cuauhtémoc Blanco que no solo se dice inocente, sino aguarda disculpas de quienes lo señalan y critican, según él, falsamente. No se trata, por cierto, del primer señalamiento sobre actitudes del exgobernador, exfutbolista y hasta exintento de actor. Su personalidad lo ha colocado como sembrador de tormentas y el dicho enseña que quienes lo hacen suelen cosechar tempestades.

La causa penal que ahora se le sigue al exgobernador es, habrá que decirlo, la menos relevante en términos políticos y sociales. No se trata de gravedad del asunto; por supuesto que las agresiones a mujeres y el intento de violación son asuntos de un grado criminal absolutamente intolerable; pero, también habría que indicar que los probables abusos del poder y del erario, y los efectos del abandono en que tuvo a Morelos durante los seis años que ocupó la gubernatura, (en el caso de Cuernavaca habrá que sumar los tres de su presidencia municipal), resultan igual de criminales y afectaron a muchas más mujeres y hombres. De eso, por cierto, nadie parece hablar todavía, aunque las órdenes de aprehensión giradas contra dos de sus colaboradores podrían abrir cierta esperanza en algunos de que el sujeto sea castigado conforme a la ley.

Porque los casos de corrupción que se persiguen, y los horrores cometidos por alguno de los colaboradores de Blanco (Dionicio Álvarez), parecen configurar otro mundo de posibilidades de acción del exgobernador.

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Por cierto, hablando de los horrores, ha habido un debate bastante absurdo sobre el hallazgo de restos humanos de por lo menos cinco personas en la casa del exdirector del Fideicomiso del Lago de Tequesquitengo, Dionicio Álvarez. Hay quienes señalan prácticas satánicas; otros, brujería y unos más hablan de rituales de creencias afroantillanas. Unos y otros se acusan de ignorancia. El asunto preocupa porque no interesa en todo caso la forma, ni la edad de los cráneos hallados en el lugar sino el nulo respeto que se evidencia por la vida humana. En cada una de las calaveras hubo alguna vez un cerebro, cada una perteneció a una persona viva, que merece, aún después de muerto, sin importar los años que tenga de ello, todo el respeto en lo personal y lo social. La falta de respeto a la vida, al espíritu humano es evidente y eso habla de quien acumuló esos restos con fines rituales. Ahí radica el horror, aunque haya quienes lo minimicen. Justo por ese respeto a la dignidad humana es que hay leyes que prohíben expresamente el manejo de restos humanos fuera de las normas establecidas, no vale la pena distraerse con los nombres.

@martinellito / [email protected]

Daniel Martínez Castellanos