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¿Por qué fracasan los comités de participación en la educación?

 

Atribuyen a Napoleón aquello de “si quieres que algo se haga nombra un responsable, si quieres que se demore eternamente, nombra una comisión”; la idea terrible en tanto abona al autoritarismo tiene algo de razón. Desde cualquier óptica gerencial, el mando de una sola persona sobre asuntos particulares aporta una eficiencia significativa; sin embargo, la experiencia también enseña que muchas de las soluciones unipersonales, especialmente cuando se trata de problemas tan complejos como los políticos, suelen generar nuevos problemas, a menudo más graves y delicados que el inicial.

Eso sí, hay comités y comisiones que han servido de muy poco, acaso como escenarios para que algunos se tomen fotografías y logren los cinco minutos de fama a los que anhela la mayor parte de la hipermoderna humanidad y que bien podrían resolverse en Tiktok sin generar las afectaciones que suelen tener. Esto porque, aun siendo francamente inútiles decenas de comisiones y comités, ofrecen la percepción de que un problema presente se atiende de alguna manera, cuando no es así.

El Congreso de Morelos, por ejemplo, tiene más de 30 comisiones y comités dedicados a temas diversos, algunos tocan hasta siete u ocho asuntos. Es decir, las comisiones y comités legislativas en conjunto tendrían que atender y resolver más de 240 asuntos de la agenda pública, en cambio, durante los más o menos nueve meses de gestión en la LVI Legislatura se han atendido (que no resuelto) menos de cien y resuelto alrededor de 30. La mayor parte de los resueltos, por obvias razones, están en la de Hacienda, Presupuesto y Cuenta Pública.

La educación es otro espacio donde las comisiones son abundantes y poco efectivas. Hay comités de participación en cada escuela, zona escolar, municipio y hasta en el estado, y el aporte de la mayoría de ellas a la mejora educativa es insignificante. Los hechos demuestran que desde el 1992 cuando la firma del Acuerdo Nacional para la Modernización de la Educación Básica supuso impulsar la participación ciudadana a través de comités, una figura que no se ha modificado desde entonces, la ciudadanía se ha alejado de las escuelas, los padres se involucran menos en la comunidad escolar y cuando lo hacen generan muchos más problemas de los que resuelven.

Frente a estas realidades, la constitución de un Consejo Estatal de Participación Escolar, con representantes de los ayuntamientos y la sociedad, puede ser vista con poco interés y mucha suspicacia por quienes conocen algo de la educación en Morelos durante las últimas décadas.

Las comisiones requieren de liderazgos, conocimiento y diálogos que generen consensos como componentes fundamentales para ejercer con alguna solvencia. En la educación, los liderazgos abundan, no tanto el conocimiento ni la capacidad de diálogo, especialmente por las características propias del magisterio en su mayoría formado en instancias normativas, es decir que imponen una forma de hacer las cosas, y no en universidades que promueven el diálogo como forma de construir el conocimiento.

De hecho, es esa técnica de construcción del conocimiento lo que hace indispensables los colegiados en la educación (que son una especie de comités, pero de gente experta o por lo menos enterada de los temas). La tendencia autoritaria dentro de las aulas de la educación básica (una condición que resulta necesaria en los primeros años de formación según ha quedado demostrado), no es útil en el tratamiento de los temas de política educativa, que suelen ser sumamente complejos y presentarse como sistemas de problemas (esos entramados en que si se mueve una cosa se afecta a muchas otras). Pero lo cierto es que difícilmente en los comités se presentan personas preocupadas por la educación como proceso social transformador, y en cambio abundan las agendas particulares, desde la conveniencia familiar hasta las restricciones laborales, cuestiones administrativas menores, conflictos relacionales internos, que han impedido incluso que nos hayamos formado un modelo serio de estudiante a formar; es decir, el conjunto de habilidades, conocimientos, experiencias, cualidades, deseable y medible que deberán tener los estudiantes al cabo de diferentes tiempos. Y mientras no haya ese modelo como una construcción conjunta entre docentes, padres de familia y sociedad, difícilmente habrá un rumbo hacia dónde dirigir el diálogo en educación.

Cierto que los programas y planes de estudios contienen una serie de objetivos por alcanzar, pero también lo es que tales metas comúnmente están desarticuladas de la realidad que se presenta en la comunidad, de lo que los padres desean, de lo que la sociedad requiere y hasta de una condición que entre tantas quimeras ideológicas parecen haber olvidado los sistemas educativos, la felicidad de las alumnas y alumnos, algo que pasa por el logro académico, pero también por las condiciones de paz y bienestar que ofrecen las escuelas y la comunidad, algo en lo que hemos quedado a deber horrores.

En efecto, parece que el principal problema de los comités en el sector educativo es la falta de claridad respecto a lo que se desea lograr, algo que define los probables caminos a tomar, permite visualizarlos y los vuelve eficientes. Probablemente lo que tendríamos que hacer de inicio es ponernos de acuerdo en para qué debe servir la educación en Morelos y cómo debemos medir su éxito, de otra forma, se seguirá dando tumbos y tomando fotos de actos protocolarios que no sirven para nada más.

@martinellito

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Daniel Martínez Castellanos