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¿Y los grandes temas?

 

Clavados en la importancia de vituperar a cualquiera que pudiera considerarse un enemigo político o personal, un adversario de los intereses legítimos o no de sujetos o grupos, un ocupante de los espacios que alguien más quisiera tener, la discusión política en Morelos tiene muy poco de política y demasiado de rencores, odios, infamias, señalamientos que a veces resultan hasta verdaderos; características todas que la alejan de los temas a resolverse desde el arte de lo que es público y la condenan a los arrabales del chisme del pleito de barriada.

Así puestos, los políticos y los medios que los propagandean por lo simple que es hacer notas de conflicto, pierden de vista lo más importante. Aún si todos los políticos morelenses fueran expulsados del estado alegando su chafez, al final los problemas que atraviesa la entidad seguirían y, peor, la discusión pública se crearía nuevamente una pléyade de malos y buenos que volvieran a discutir tonterías como quien es el más feo, o quién le cae peor a la concurrencia cada vez menor que tienen los textos y subtextos de la política. Esto le viene bien a la cantidad de zopilotes corruptos que, aprovechando la podredumbre sacan sus garras para pescar algún cargo que los saque de trabajar por el resto de sus días, así sea usurpando espacios reservados para indígenas, grupos LGBT+ o discapacitados, porque sus conductas se normalizan, aún en medio de la censura que les hace menos que cosquillas, y no entramos a discusiones reales de cómo mejorar la representatividad, la eficiencia, la capacidad de los órganos de gobierno y los poderes públicos. En cambio nos quedamos gritando “al ladrón” para que se capture a quienes les hemos abierto la puerta.

La discusión de la ciudadanía es mucho más compleja pero igual se le ha tratado de reducir a las opiniones sobre lo que hacen o dejan de hacer los políticos. En las colectivas feministas, por ejemplo, hay pensamientos mucho más complejos y propósitos que el conteo trágico de los feminicidios. En cambio nos quedamos en ejercicios cuantitativos que nos ilustran lo inútiles quienes ya sabemos no dan pie con bola. Y el análisis con profundidad de charco está bien para quienes buscan solamente tener elementos para decir lo mal funcionario que es, por ejemplo, el comisionado de Seguridad Pública, pero la argumentación de las fallas específicas de una estrategia de seguridad desarticulada, dependiente en su totalidad de un gobierno que no está aquí, concentradora de los recursos que aplica sin mayor orden racional, ya nos permite encontrar que el comisionado es terrible porque permite todas esas disfunciones que se reflejan en el incremento no solo de los feminicidios, sino de muchas otras formas de violencia contra las mujeres y contra el resto de las personas.

En efecto, hemos llegado a tal grado de personalización de la política que tenemos por lo menos un culpable en cada oficina pública, pero más allá de calificativos genéricos como corrupto, inútil, pérfido, deshonesto, difícilmente podemos ubicar en qué parte del sistema están las fallas que permitieron a alguien así filtrarse al servicio público y cometer los estropicios que sabemos ha obrado. Es decir, aun si castigáramos al pésimo funcionariado que padecemos hoy, es muy probable que los próximos resultarán bastante similares, o así parecería porque estarían sometidos al mismo mezquino paquete de indicadores de la función pública.

El primer indicador, y seguramente el único válido para un funcionario público tendrían que ser sus resultados, es decir, las cosas que entrega contra las que debería entregar. Hay matices, por supuesto, ha de considerarse la circunstancia de cada despacho y las realidades que enfrenta, pero siempre deberá ser evidente alguna forma de progreso.

Pero hacer garras de un político porque tiene ambiciones políticas y actúa dentro de la ley para cumplirlas, una constante en Morelos resulta en un contrasentido y evidencia los absurdos a que nos lleva la personalización de la política.

A lo mejor por ese peligro no acaba de gustarnos tanto que la discusión sobre el futuro gobierno vaya en torno a quiénes formarán parte del gabinete de la gobernadora electa, Margarita González Saravia. Por uno que ponga a quien se le dé la gana, en el entendido de que la gana de la gobernadora implica señales y estilos de mando que pueden mejorar o empeorar su relación con la sociedad y otros órganos de gobierno. Uno quisiera mejor saber, dadas las circunstancias patéticas de la administración saliente, qué es lo que se hará en la nueva estructura de gobierno. Ése es el tema de fondo, el que realmente urge. Así que Margarita no se ya clavado tanto en la discusión aquella, aunque cada vez da una pincelada a las características de quienes la acompañarán. Todo indica que, como manda el buen juicio, la gobernadora electa está revisando primero qué es lo mucho que hay por hacer para, con ese diagnóstico seleccionar a los especialistas que mejor lo puedan lograr, y eso es una buena señal, aunque no deje mucho para el chismoseo.

Y esto es un enorme cambio con respecto a dos antecesores, Cuauhtémoc y Graco quienes se la pasaron haciendo de la política algo personal. Doce años después, analistas, periodistas y políticos tendrían que desacostumbrarse.

@martinellito / martinellito@outlook.com