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Dos adioses diferentes en la educación de Morelos

 

Julio Reyna Gutiérrez usaba sacos de tweed, caminaba con pasos largos y su rostro siempre lucía una sonrisa que contrastaba con su carácter serio y muy discreto. Administrador general de la educación en Morelos desde los ochenta hasta casi terminar el siglo, el licenciado Reyna era querido por muchos, uno podía saber que le consideraba amigo cuando se animaba a bromear con su voz grave y rasposa, la chanza era casi inmediatamente acompañada por su risa hacia dentro que procuraba no exhibir demasiado.

La muerte del último de los directivos de la educación en la década de los ochenta puede hacernos recordar el desgaste que ha tenido la figura de los titulares de la educación en Morelos, de aquellos hombres conocedores de la educación, la política interna del sector y hasta el buen vestir, hoy la educación básica tiene… lo que tiene que no es mucho al resultar peor que no tener nada.

Quienes conocimos a Julio Reyna Gutiérrez, lamentamos su partida por la pérdida de alguien con su calidad humana y profesional; pero mucho más porque después del licenciado Reyna, la calidad de los responsables de la educación básica en Morelos ha ido en franco descenso. Óscar Montealegre, Marina Aragón, Fernando Pacheco y Eliacín Salgado han sido más que directores, cosas que le han pasado al IEBEM en este siglo y cada uno de ellos ha sido un poco o mucho peor que su antecesor. Una tendencia horrible de personajes cuyo entendimiento de la educación pública es apenas parcial, y su capacidad como funcionarios públicos desmerece a la institución que forjaron la dupla Francisco Argüelles Vargas y Julio Reyna Gutiérrez y que después consolidó el licenciado Reyna.

A Julio Reyna le lloran cientos de trabajadores del IEBEM, quienes lo siguen ubicando como el mejor de los directores que haya tenido el instituto, y probablemente uno de los mejores funcionarios de educación pública en la historia del estado. Esto, por cierto, no lo entendió Eliacín Salgado de la Paz ni sus funcionarios que aparentemente a regañadientes aceptaron el homenaje de cuerpo presente al licenciado Reyna en la explanada, homenaje en que la tristeza y añoranza de los profes por su exjefe y amigo fallecido hizo más que evidente la ausencia de coronas florales en los honores al segundo director que tuvo el IEBEM. Una de las más altas calidades humanas que hayamos conocido en el sector educativo fue reemplazada por eso que hoy tiene el IEBEM.

El mejor homenaje que se rinde a Julio Reyna Gutiérrez, sin embargo, es el de cientos de funcionarios y maestros formados bajo su ejemplo y cuya honestidad, profesionalismo y don de gentes mantiene al IEBEM y a la educación pública en el estado como un sistema funcional, a pesar de sus directivos.

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Mientras el IEBEM lloraba a uno de sus padres fundadores, en el Colegio de Morelos (Colmor) se daba otro adiós, éste mucho menos doloroso. Después de casi siete años al frente del Colegio de Morelos, Juan de Dios González Ibarra dejó el Colegio de Morelos (antes Centro de Investigación en Docencia y Humanidades) casi por la puerta trasera. Entre durísimos señalamientos, la mayoría publicados en las ediciones del lunes y martes de La Jornada Morelos, y un ambiente laboral tenso, el rector decidió abandonar el barco meses antes de que concluya su gestión legal.

El Colmor fue planteada como una institución de excelencia. Su primer director, cuando aún era el CIDHEM fue nada menos que el filósofo Ricardo Guerra Tejeda y ese solo nombre permitió a la institución tener un profesorado de altísimo nivel, muchos de ellos gracias a la generosidad de la UNAM. Por las aulas del CIDHEM pasaron extraordinarios académicos cuya lista preferimos ahorrarnos para no agraviar a nadie con las probables omisiones, pero la calidad de los estudios que se impartían y del conocimiento que se producía en las aulas de la calle Amate, ahí en Las Palmas, era de trascendencia internacional.

Convertir ese espacio de saberes (por definición medio angustiante pero feliz) en un ente que ni siquiera busca sobrevivir, tendría que considerarse una especie de crimen grave contra la academia y contra el pensamiento de Morelos, ese que su nuevo nombre quisiera contener.

La partida por abandono de Juan de Dios González Ibarra podría dar espacio a que algo mejor se geste en el Colegio de Morelos; aunque probablemente para ello tendría que darse también la renuncia de los miembros de la Junta de Gobierno de la institución, que a final de cuentas fue por lo menos permisiva, si no es que fomentó una administración tan destructiva como la del rector en retiro, probablemente obligado.

Contrastemos la partida de González Ibarra con una postal de Ricardo Pérez Montfort sobre el primer director del Centro/Colegio, Ricardo Guerra: “El Dr. Guerra supo hacer del CIDHEM un espacio de trabajo envidiable, en donde uno se sentía y todavía sucede semana con semana el saberse particularmente bienvenido. Lejos de las mafias culturales y académicas, que no son pocas en México, el CIDHEM ha sabido reflejar las particularidades del trabajo humanístico tal como lo concebía el Dr. Guerra. Un trabajo en el que el rigor y la excelencia no se riñen con la tolerancia y la buena voluntad. Un trabajo que invita a la crítica y a la reflexión, a no caer en los lugares comunes y en el acarreo de la cultura política hegemónica. Un trabajo realmente humanístico en el que el ser humano recupera su dignidad y su razón de ser a través de la inteligencia y del conocimiento y no tanto a través del oscurantismo y los afanes manipuladores de quienes pretenden beneficios políticos más que intelectuales”, escribió como homenaje en Tamoanchán, la Revista de Ciencias y Humanidades que editaba el CIDHEM en la década pasada. Hay diferencias, y enormes.

@martinellito / martinellito@outlook.com