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De los partidos agencia, a los sociales

 

La tendencia internacional de los partidos políticos ha sido convertirse en agencias de elecciones. Desde la lógica más pragmática, la función de los partidos es presentar cuadros para competir en procesos electorales y el éxito o fracaso de sus dirigencias estriba en cuántas elecciones ganaron y cuántos votos más obtuvieron respecto a pasadas elecciones. En esa medición se consideran todas las circunstancias demográficas, electorales, de financiamiento, y así, y entonces uno puede tener reportes interesantes como cuánto costó cada voto por un candidato, qué tanto convino una alianza electoral, y hasta se mide el supuesto éxito de los aspirantes conforme a una variable lógica “ganó o perdió”.

Esta visión de los partidos políticos ha logrado la formación de especialistas con un conocimiento impresionante de cartografías electorales, probabilidad, estadística y modelaje matemático que devanaría los sesos de quienes no se han iniciado en tales exquisiteces. Pero también derivó en dirigencias partidistas que llevaron el pragmatismo a la mala maña, en candidatos saltimbanqui de un partido a otro, en desvanecimiento de las ideologías, olvido de las misiones elementales de los partidos como la formación política y de cuadros, la investigación social de fenómenos, la propuesta y abanderamiento de políticas públicas (que se redujeron a vociferantes “causas” sin sustento en los hechos).

En efecto, dirigencias como las de Alejandro Moreno, Marko Cortés, Jesús Zambrano, Dante Delgado, pero también Alberto Anaya, Mario Delgado, Karen Castrejón, y algunos de sus remedos locales como Jonathan Márquez, Julio César Solís y Ulises Bravo, muestran la decadencia de un modelo de partido reclutador, una especie de agencia de colocaciones electorales cuya función social es prácticamente nula, y cuya lejanía con los electores y sus militancias (las pocas que tienen todos) resulta la mejor evidencia de la crisis del sistema de partidos en México y en Morelos.

Así que sorprende para bien la propuesta del histórico dirigente de izquierda, Carmelo Enríquez Rosado, quien ha vivido desde los últimos tiempos de los partidos políticos comprometidos con grupos sociales bien definidos allá en los ochenta y noventa, hasta la debacle de partidos de izquierda, derecha, centro, y de agendas minoritarias. En lo que constituyó para muchos el arranque de su gesta para devolverle la dirigencia del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) en Morelos a las izquierdas que la habían extraviado, colocado en un lugar equivocado, o de plano medio olvidado por fobia a quienes la habían “usurpado” (tal vez sea el mejor término); Carmelo asegura que el partido debe hacer trabajo en las bases, escuchar a la sociedad y proponer políticas públicas pues su fin último no son las elecciones, sino la construcción y reconstrucción del tejido social.

Lo que el más fuerte contendiente a la dirigencia estatal de Morena (lo demostró la presencia de algo así como un millar de personajes de las izquierdas morelenses que se le entregaron con porras “Carmelo, Carmelo, Carmelo”, repetían) propone, es romper con la tendencia electoral de partidos meramente electorales, con todo el riesgo que ello podría representar para todos; y convertir a su partido en Morelos en uno de activísimo permanente con la ciudadanía. Por supuesto que está el riesgo de la “colonización y dominación ideológica” que se advierte a partir de los partidos de Estado desde el pensamiento liberal, aunque tal se daría sólo por abandono de las otras opciones políticas de la cercanía con la ciudadanía que no son sus fieles militantes sino los más críticos y no pocas veces agresivos jueces de la política local.

La conversión absoluta de los ciudadanos (uso el término con la connotación religiosa que tiene) en huestes de la izquierda, es imposible. Asustar a la gente con eso resulta absurdo en tanto la ciudadanía en México es tan normal que a veces es de izquierda, otras de derecha, unas más de centro, depende de circunstancias, ánimos, coyunturas, además del amplísimo y contradictorio bagaje de una historia patria que ha convertido en héroes a liberales y conservadores, a izquierdistas y religiosos, que conjuga la Revolución con el Catolicismo (con mayúscula ambas). En cambio, sí puede resultarle más simpático quien se acercó alguna vez a preguntarle cómo está, si le alcanza lo que gana, si tiene problemas y le ha brindado apoyo para solucionarlos.

La conversión ideológica a la izquierda no existe, pero sí el abandono actual de todas las fuerzas políticas de una sociedad que no está ávida de desayunar con los políticos, pero sí de soluciones a los problemas que padece. El éxito de la propuesta de Carmelo Enríquez podría fundarse justamente en esa cercanía más que en afinidades ideológicas rígidas, de esas que sólo tienen los militantes de los partidos, y a veces sus dirigentes.

El modelo que Carmelo Enríquez propuso para Morena, por cierto, bien podría aplicarse en el resto de los partidos. Cada cual con su ideología y estilo, todos los políticos necesitan que los baños de pueblo que se dan en las elecciones se conviertan en el lago en que naden cada día para enterarse de lo que requiere la gente. Por lo pronto, ninguna de las dirigencias partidistas locales o nacionales tiene los tamaños y los arrestos para salir al campo ciudadano. Y en esto Carmelo y su equipo les llevan una enorme ventaja.

Claro que también están las dirigencias partidistas a las que la gente no quiere ni ver de lejos… ahí urgen los cambios.

@martinellito / martinellito@outlook.com