La crisis en Morena es añeja y les urge solucionarla
Por más que alguien pudiera pensarlo, la presencia de la dirigente nacional de Morena en Cuernavaca el domingo no precipitó la crisis que el partido pareciera padecer en Morelos; padecimiento relativo en tanto las bases de la organización morenista mostraron en junio pasado estar bastante sanas cuando lograron la gubernatura y la mayoría en el Congreso local; aunque sufrieron dolorosas derrotas en los ayuntamientos de las principales ciudades explicables en su mayoría por el impulso a candidatos que no tenían el respaldo de esas bases.
Lo cierto es que el distanciamiento entre la dirigencia de Morena, como una estructura de funcionarios partidistas habilitados para tomar decisiones más o menos mayores (no pudieron definir las candidaturas a la gubernatura, senadurías, diputaciones federales, y muchas posiciones locales en el legislativo y los cabildos, pero sin duda influyeron en cerrar el paso a muchos aspirantes bastante bien equipados para ocupar candidaturas), y sus bases, militantes y activistas con trabajo político desde las comunidades; no es algo nuevo pero sí se ha agravado en los últimos meses.
El último dirigente estatal de Morena legalmente nombrado fue Gerardo Albarrán, a quien se le achacaba una subordinación política con el grupo del otrora poderoso Rabindranath Salazar Solorio que llevó al inicio de la crisis que hoy padece el partido en Morelos; antes de Albarrán la dirigencia había estado a cargo de Miguel Lucia Espejo, también identificado fuertemente con Salazar Solorio.
La presencia de Cuauhtémoc Blanco en el gobierno estatal y la debacle del Partido Encuentro Social, en que militaba el exgobernador junto con su equipo cercano, pero también el debilitamiento por desgaste del grupo de Rabindranath Salazar dentro de Morena, permitieron la toma del partido por las huestes de Blanco Bravo, comandados por Ulises Bravo quien tuvo como cómplices del asalto a algunos notables aliados del gobernador, como Víctor Mercado Salgado, Omar Taboada Nasser, Rodrigo Arredondo López, Eduardo Galaz Chacón y otros de igual memoria entre los morelenses.
Los Ulises, como se hacía llamar el grupo, fueron lo bastante hábiles como para dividir los liderazgos a quienes los Rabines (el otro grupo visible entonces) había decepcionado, defraudado, apartado y hasta ignorado, lo que les permitió tomar con relativa facilidad la dirigencia, sólo su bloque logró la mitad del Consejo Político, mientras que el resto de los respetables “líderes naturales” de entonces se tuvieron que repartir la otra mitad.
Aún con las debilidades y un creciente rechazo de las bases morenistas a la administración de Cuauhtémoc Blanco, su equipo se pudo hacer de la dirigencia básicamente porque las bases de Morena estaban ocupadas en otras cosas, entre ellas, trabajar para vivir. Aún así, en esos grupos de militantes se empezaban a tejer proyectos políticos interesantes y alternativos a la lucha entre los impopulares Rabines y Ulises; el más evidente de ellos ahora es el de Margarita González Saravia, hoy gobernadora del estado, que comenzó a tejer incansablemente desde 2015 con amigos y aliados bajo la premisa de que ganar la dirigencia estatal significaba poco en comparación con lo que se podría construir con las bases.
Así que la dirigencia de Ulises Bravo, tejida a fuerza e impuesta por esos acuerdos políticos que, tomados en el centro significan muy poco en provincia, fue incapaz de frenar el proyecto de Margarita González Saravia, y tampoco pudo con los de otros morenistas cuya base social se ha construido hace mucho tiempo, como Rafael Reyes Reyes, Juan Ángel Flores Bustamante, Juan Salgado Brito, entre otros. En cambio, logró acomodar a algunos de sus aliados, Víctor Mercado y Sandra Anaya, en candidaturas que, por la estrategia nacional del partido más que por sus méritos políticos, lograron el triunfo; pero en muchos otros casos, especialmente los que se definieron desde una perspectiva muy local, fueron sonoramente derrotados, como el caso de Rodrigo Arredondo en Cuautla.
Problema adicional es la inconsistencia ideológica de los Ulises que lo mismo juraron lealtad al extinto partido Encuentro Social que a Morena, muchos de ellos antes a otros partidos, como el PRI y el PAN.
Así, con los pésimos resultados de la administración de Cuauhtémoc Blanco, la falta de congruencia ideológica y la convicción de que el poder (cualquier poder) sirve para comprar conciencias, doblegar voluntades y aplastar al contrario, como sus cartas credenciales, los Ulises, actuales usufructuarios de la dirigencia de Morena como su último reducto político, padecen el rechazo natural de las bases del partido, a quienes se puede criticar por muchas cosas excepto por una solidez ideológica y de principios que raya en lo recalcitrante. Esas son las personas que quieren recuperar la dirigencia de su partido para limpiarlo y armar una propuesta política sólida para dos momentos, la consulta para ratificación o revocación del mandato de la gobernadora, Margarita González Saravia (que a la actual dirigencia le importa bastante poco -muchos incluso aseguran que su apuesta es que a la mandataria le vaya mal, mucho más frente a la posibilidad de que se proceda contra muchos de los funcionarios de la anterior administración, la mayoría de ellos cercanos a Ulises Bravo, por presuntas corruptelas), y la definición de candidaturas para la elección intermedia, otro escenario donde las bases y el equipo de Margarita González Saravia y sus aliados están obligados a ganar para mantener su fortaleza en la segunda parte de su mandato. Para la mayoría de los morenistas en Morelos, los trabajos en ambos escenarios deben empezar desde hoy, de ahí la urgencia de cambiar la dirigencia.
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