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Hay temas ineludibles de abordar, no por lo mediático que suelen ser, sino por la repercusión inmediata y a futuro que producen en la sociedad. Es el caso de las políticas dictadas por Donald Trump. Es común ver que la gente incorpora en su lenguaje cotidiano expresiones alusivas a lo nuevo que se vive (aranceles, guerra comercial, TMEC). Cada uno opina qué se debe hacer, cómo deben actuar los lideres mundiales y, de manera particular, qué reacción debe asumir nuestro país.

El pasado 2 de abril fuimos testigos de la imposición unilateral, por parte de una persona, cual todopoderoso en el mundo, de lo que serán las nuevas reglas de las relaciones comerciales internacionales. Lo establecido a partir de esa fecha, en materia de aranceles para, prácticamente, la totalidad de productos que circulan en las transacciones internacionales, sin duda, acarreara consecuencias a la sociedad internacional. A partir de esa fecha hemos sido testigos de los vaivenes irracionales y sin fundamento real, por parte del mandatario estadunidense, para señalar los porcentajes que deben cubrir los productos que ingresen a EUA. Acaso, ¿hay alguien que vea una actitud seria y sensata en el proceder de Trump? Lo cierto es que las consecuencias sí serán serias.

Gobiernos, empresas, y consumidores habremos de salir afectados. La diferencia es que los dos primeros buscan medidas para contrarrestar lo que se viene o, por lo menos, aminorar o amortiguar los efectos. Los gobiernos intentan negociar o de plano confrontar con los EUA; las empresas analizan el rediseño de su esquema de negocios (disminuir producción, relocalización de plantas). Pero ¿y el resto de la población?, es decir, las personas en general ¿qué les queda por hacer? En principio, esperar reacciones enérgicas y firmes de parte de todos los actores en el mundo. ¿Por qué no formar un bloque único de países? Hasta ahora se habla de bloques europeo y asiático, no así en Iberoamérica. Ante la amenaza, se tienen mayores posibilidades con un solo frente mundial.

Con lo que estamos viviendo, los expertos han traído a colación los Acuerdos Bretton-Woods, firmados por 44 países, en julio de 1944, casi por terminar la segunda guerra mundial. Se trataba de establecer bases para un nuevo sistema económico mundial, que brindara seguridad, estabilidad, crecimiento y confianza para salir del atolladero provocado por la conflagración bélica. Se optó por la institucionalización internacional, al crear organismos técnicos especializados (Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional).

De ahí surgieron tratados internacionales en materia económica, que con el transcurso del tiempo fueron abarcado nuevos temas, entre ellos, los derechos humanos y la búsqueda de desarrollo social en el mundo. De esa manera, el crecimiento económico se busca vincular con la mejoría de la población. No se trata sólo de ver la parte económica, sino la parte social y de desarrollo global de los países. Que no se ha logrado alcanzar ese propósito es una cuestión que requiere un análisis particular. Lo cierto, es que ahora está en riesgo lo avanzado para la humanidad en conjunto. Esto obliga a exigir que cualquiera que sea el esquema venidero no se puede soslayar lo que consiguió el binomio cuestiones económicas-cuestiones sociales.

La gran diferencia de lo acordado en aquella ocasión respecto a lo actual es que en ese entonces hubo la participación de numerosos países en el diseño de lo que sería el sistema económico mundial. Ahora no hay consenso, ni siquiera hubo diálogo o un intento de coordinación. Hay imposición arbitraria. Eso no conduce a nada bueno para nadie.

Los Acuerdos Bretton-Woods establecieron un diseño monetario, al fijar una moneda que fuera el referente para todas las transacciones internacionales. Ahora, no se trata de monedas, sino de aranceles e impuestos, lo que trae como consecuencia última, el impacto en los bolsillos de los consumidores. A fin de alcanzar un proteccionismo exacerbado (pensamos que ya había sido superado), volvemos a un camino que ya fue recorrido y superado con muchas dificultades.

Confiemos en los mecanismos de persuasión y entendimiento, motivados por un propósito común mundial. Que la racionalidad impere sobre la insensatez y que el bienestar de la sociedad sea el común denominador en la búsqueda de soluciones. Es importante que las personas y los derechos humanos sean el centro de cualquier medida económica que se adopte, en cualquier lugar del mundo.

* Investigador Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM y del Sistema Nacional de Investigadores (SNI) / [email protected]

Enrique Guadarrama López