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Rafael Toriz*

Separados hace mucho del encantamiento que nos religaba con el talismán y el amuleto, vivimos asediados por un mundo pletórico objetos, cuya naturaleza industrializada suele provocar alienaciones en distinto grado, toda vez que no conseguimos reconocernos plenamente en las cosas que utilizamos, y que son también un reflejo de nuestra propia capacidad de expresión y habitabilidad del espacio.

La más reciente muestra de Edgar Orlaineta (1972), además de subrayar un mapa personal e inconfundible a partir de elementos recurrentes madera, libros, hierro, vidrio e hilotitulada Costal, máscara y palos ofrece un conjunto de objetos productores de imágenes sugestivas, fantasías manipulables exhibidas en La Tallera, lo que invita, más que a visitar una exposición, a instalarse en los umbrales de una nueva percepción de los objetos: un enrarecimiento positivo de la experiencia en el que es posible reconocernos de otra manera a través de concepciones materiales inauditas, pergeñadas por un artesano de primera línea, cuya producción hace tiempo denota la persistencia de un ritmo y los emplazamientos de una búsqueda.

Compuesta por 20 tokonomas que es un concepto de decoración típico de la cultura japonesa, consistente en espacio empotrado dentro de la sala de recepción donde puede exhibirse un pergamino, una flor o una pintura un estructura de madera que representa un techo dos aguas, un imponente mural tallado en madera que admite ser mirado como el fragmento de una extraña enciclopedia, algo parecido a un tablero de ajedrez emancipado de funcionalidad aparente, dos tapetes de cuerpo entero, una escultura antropomora sostenida el aire, dos sillas, una mesa y una vitrina arrolladoramente inolvidable, los elementos que Orlaineta ha querido poner en diálogo son las concepciones de la danza de la coreógrafa y bailarina Ruth Page junto con el diseño de Isamu Noguchi y la arquitectura modernista de Howard T. Fisher, lo que ocasiona distintas interacciones entre los objetos, un tanto barrocas en su conceptualización expositiva, lo que satura el sentido total de la muestra, aunque no deja de ser orgánico si aceptamos que lo que estamos visitando es un gabinete de curiosidades donde resplandece la madera.

Por ello, y al margen de las discusiones teóricas propuestas por el artista, preferiría centrarme en una frase de Deyan Sudjic tomada de su libro B de Bauhaus. Un diccionario del mundo moderno: “Cuando la fabricación en serie cortó la conexión entre prodcutor y usuario, el diseño empezó a adquirir significados distintos de los que le atrbuía las artes decorativas. El diseño se convirtió en una afirmación de la modernidad…El arte también se ha movido en esa dirección, al romper muchos artistas el vínculo entre el arte como idea conceptual y el arte como realización física de la misma”.

Materia sensible en la que se conjuga la inteligencia conceptual con la habilidad de un oficio macerado, las piezas de Orlaineta consiguen imponer un nuevo imaginario visual a partir de lo que mundo industrial ha hecho respecto a nuestra perepción de los objetos cotidianos, y la manera de realizarlo es través de una inteligencia actuante que construye objetos aparentemente imposibles, pero convincentes y reales a partir de la transformación de los arquetipos formales desarrollados por la tradición, de la que se emancipan ofreciéndose como fascinantes artefactos, entre los que destaca, por su belleza insoportable, una vitrina realizada con el equipo de diseño de Simon Hamui, y cuya conceptualización y realización sintetizan toda una poética, tal como lo señaló el mismo Orlaineta en una entrevista reciente: “¿Para qué traer un objeto al mundo que sea caprichoso, que pretenda ser utilitario, que no funcione y que sea demasiado caro? Para esta exposición colaboré con Simon Hamui con unos muebles que se diseñaron para alojar una bibliografía específica que tuviera que ver con el proyecto. Intenté hacer un proyecto artístico que se sometiera a una metodología de diseño. Por eso necesitaba la colaboración de Simon Hamui para que esto fuera real. El producto final son estos objetos escultóricos con una fuerza formal muy interesante y que no son caprichos. Realmente son una silla, una mesa y una vitrina”.

Otra de los encantos de visitar esta muestra que termina mañana es poder volver aquel conocido poema de Borges sobre nuestro amor por las cosas:

“El bastón, las monedas, el llavero,/la dócil cerradura, las tardías/notas que no leerán los pocos días/que me quedan, los naipes y el tablero,/un libro y en sus páginas la ajada/violeta, monumento de una tarde/sin duda inolvidable y ya olvidada,/el rojo espejo occidental en que arde/una ilusoria aurora. ¿Cuántas cosas,/limas, umbrales, atlas, copas, clavos,/nos sirven como tácitos esclavos,/ciegas y extrañamente sigilosas!/Durarán más allá de nuestro olvido;/no sabrán nunca que nos hemos ido”.

*Rafael Toriz es escritor y crítico. Emiliano Becerril lo invita a escribir a propósito de la reciente muestra de Edgar Orlaineta

 

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